jueves, 24 de mayo de 2018

High Noon - 1952


Director: Fred Zinnemann

Había dejado un poco abandonado los westerns por ver así que, en un ataque o impulso de espontaneidad (¿?), me puse a ver "High Noon", el único western dirigido por Fred Zinnemann, el director de "High Noon", el único western de... Ok, mejor vayamos al grano.


Se me hizo tarde (no comprendo cómo se me hace tan tarde a veces el escribir estas entradas, jaja) así que, como dije recién, voy a intentar ir al grano y no caer en redundancias.
La premisa es sencilla: Gary Cooper es el alguacil de un pueblo, pueblo que en algún momento fue morada de degenerados y forajidos, pero que ahora es un buen lugar para damas decentes y niños precoces, para cantar en la iglesia y reírse del raquítico lado oscuro del pueblo, conformado por unos cuantos pobres diablos sin pelotas. Gary Cooper deja de ser el alguacil, y no sólo eso, también se casa con Grace Kelly. Pero otra noticia llega a sus oídos: un tal Frank Miller (no, no el guionista y dibujante de Sin City) fue liberado de prisión, y con sus tres secuaces (entre los que se encuentra Lee Van Cleef en su primer rol acreditado) planea vengarse de Gary Cooper, que fue el hombre que lo capturó y envió a prisión. Al pueblo llegará en el tren de mediodía. Gary Cooper se entera de su llegada más o menos una hora antes. Decidido a quedarse y hacerle frente a la amenaza (siendo que, como ya no es el alguacil del pueblo, no está realmente obligado), pasará los minutos, largos y tensos, tanto que casi parecieran aplastarlo, buscando ayuda entre los habitantes del pueblo, todos los cuales, por alguna u otra razón, se negarán, dejándolo solo, a merced de esos cuatro malhechores. Y el tiempo es inexorable, es puntual, no espera a nadie ni da plazos...
Como siempre, Gary Cooper está magnífico y carga a sus espaldas el también excelente manejo de la tensión (y del tiempo, por supuesto) de Fred Zinnemann, desde el mismo momento en que se instala como un hecho la llegada de ese tal Frank Miller, retratado como un maníaco capaz de todo, y cuya presencia aún fantasma no deja de ensombrecer el semblante de todos en la ciudad, ese semblante que, ya sea de rectitud moral, intachable valor o grasienta displicencia, tiembla y se desmorona ante una cita con la Señora Muerte. Aparte del manejo, del dominio de la tensión y del espacio-tiempo (ojo al soberbio ejercicio de montaje), siempre es importante apreciar cuando una película aprovecha su premisa narrativo-dramática para ofrecer una suerte de revisión a sus códigos, pues acá no hay héroes ni grandes hombres de honor, solamente personas asediadas por el miedo y la desesperación (personajes trazados de forma escueta pero elocuente, atendiendo a esas ambigüedades que tanto parecen determinarnos en momentos de urgencia), ya sea en iglesias, oficinas de abogados o sucios saloons (abarcando el rico abanico de lugares y personajes de la narrativa del viejo oeste, y por ende, en cierta forma retratando a la sociedad de la época), empujados a esos rincones que usualmente no se ven en relatos de corte algo más tradicional (relatos que, por cierto, no estamos desdeñando en lo absoluto).
Todo lo anterior, por supuesto, ejecutado a través de una puesta en escena que combina a la perfección lo clasicista como lo... cómo decirlo (nunca me he manejado muy bien con estos términos), ¿revisionista?, ¿modernista? Es que no cualquiera determina que el motor narrativo de un relato sea la tensión misma, el conflicto de Gary Cooper consigo mismo (si quedarse, por qué quedarse maldita sea), el tiempo mismo (ese tiempo detenido, aplastante), la espera y no la acción. Y claro, la buena mano de Zinnemann se nota (por si no se había notado durante todo el metraje, como ese brillante arranque) en el tiroteo final, el tan anunciado ajuste de cuentas...

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