Director: Mike Leigh
"Who's Who" es la última película de Mike Leigh que comentaremos en esta ya última tanda dedicada a su filmografía. Quedaron fuera, y no por falta de ganas, "Four Days in July", que la tengo aunque no encuentro subtítulos por ningún lado (ni en inglés ni mucho menos en español, y a puro oído no puedo comprender el acento de los irlandeses), y "Grown Ups" y "Home Sweet Home", que están por ahí aunque de manera inaccesible para pobres diablos como yo. A partir de mañana, lo que me pida el cuerpo. Y me está pidiendo candela, oye.
En "Who's Who" Mike Leigh, desde luego, construye otra de sus historias corales en donde la observación social adquiere un rol preponderante, y es que a través de una mirada transversal, el director, en la presente ocasión, de manera más acusada y punzante, se adentra de lleno en las insalvables diferencias entre distintos tipos de clase, estratos, lo-que-sea. Todos confluyen en una oficina de accionistas, lugar de presentación de este variado puñado de personajes, y luego Leigh los sigue en sus hogares y quehaceres. La diferencia, desde luego, no sería solo material o económica, porque aunque uno se saque la lotería y de repente tenga en sus manos ingentes cantidades de dinero (incluso más que los cuicos, o como llamen en sus respectivos países a los de clase alta y muy alta... a quienes tampoco hay que confundir con los dueños del Poder: una cosa es ser cuico y otra cosa es ser dueño del país, de sus hilos), de todas formas nunca alguien que no sea cuico podrá pertenecer a ese estrato social. La idea es repugnante pero es como si ser de cierta clase se llevara en la sangre, y vaya que hay buen olfato para detectar estirpes, así que si quieres hacerte pasar por alguien más, no los puedes engañar (aplica desde y hacia todos los lados). Y en "Who's Who" vemos cómo cada quien hace lo que le corresponde, básicamente. Está el verdadero "poderoso", el jefe de la oficina, el que se codea con nobles y millonarios fuera del trabajo; están los jóvenes con dinero, con gustos refinados (o eso creen) y relamidos modales; y está el hombre de clase media, que puede a lo mejor conversar con ellos aunque, ya sea por la edad o por la clase, en realidad nunca podrá entablar una relación profunda con ellos, ni siquiera el hombre de clase media de esta película, un sujeto obsesionado con la nobleza y realeza británica, tanto que seguramente daría su vida por haber nacido en un castillo o tener un complicado y larguísimo apellido (de hecho, mira a menos al colega igualmente de clase media). Leigh los junta pero no los revuelve, no los mezcla, y palabras más palabras menos, qué demonios, hay estructuras (sociales, conductuales, morales, valóricas) que no van a cambiar nunca.
La película como tal se divide en dos segmentos: el primero, algo desordenado (en esta parte no hay trama propiamente tal) pero eminentemente dialógico y dialéctico, analiza e intenta descifrar qué es lo que determina a la persona de cada clase social, qué hay en las distancias entre unos y otros, como si fuera un ensayo fílmico cuyas conclusiones fueran extraídas directamente de la contemplación del presente; la segunda parte, más enraizada en la comedia de situaciones, con toque satírico y hechos que colindan con el absurdo y el equívoco, más o menos como "Abigail's Party", básicamente ridiculiza la pomposidad, la hipocresía y el falso sentido de clase sustentado en las meras apariencias, o también que la clase en sí misma no es sinónimo de calidad humana y cultural. Como dice el dicho: la mona, aunque vaya vestida de seda, mona se queda.
El resultado, sin ser lo mejor de Leigh (de esta etapa, al menos), es otra interesante y entretenida muestra de la personalidad cinematográfica que el maestro británico ya estaba puliendo gracias a sus sólidos experimentos en televisión. Podemos identificar, en varios de sus títulos mayores, un sinnúmero de apuntes formales y sustanciales vistos en estas películas. La verdad es que me alegra un montón ver que Leigh siempre ha tenido la película clara, que nunca ha dudado de su visión y que la calidad de sus grandes obras maestras ha sido el merecidísimo resultado de un largo y fructífero proceso de experimentación y saltos al vacío, los cuales, desde el principio, siempre destacaron por una sobresaliente calidad.
Les recomiendo fuertemente que vean estas películas, que quizás no sean tan maravillosas como las mejores de Leigh, pero que tienen algo de lo que muchas cintas actuales carecen: visión, identidad y autenticidad. La coherencia es algo que no se reseña mucho.
Siempre es enriquecedor ver los orígenes de un genio.
En "Who's Who" Mike Leigh, desde luego, construye otra de sus historias corales en donde la observación social adquiere un rol preponderante, y es que a través de una mirada transversal, el director, en la presente ocasión, de manera más acusada y punzante, se adentra de lleno en las insalvables diferencias entre distintos tipos de clase, estratos, lo-que-sea. Todos confluyen en una oficina de accionistas, lugar de presentación de este variado puñado de personajes, y luego Leigh los sigue en sus hogares y quehaceres. La diferencia, desde luego, no sería solo material o económica, porque aunque uno se saque la lotería y de repente tenga en sus manos ingentes cantidades de dinero (incluso más que los cuicos, o como llamen en sus respectivos países a los de clase alta y muy alta... a quienes tampoco hay que confundir con los dueños del Poder: una cosa es ser cuico y otra cosa es ser dueño del país, de sus hilos), de todas formas nunca alguien que no sea cuico podrá pertenecer a ese estrato social. La idea es repugnante pero es como si ser de cierta clase se llevara en la sangre, y vaya que hay buen olfato para detectar estirpes, así que si quieres hacerte pasar por alguien más, no los puedes engañar (aplica desde y hacia todos los lados). Y en "Who's Who" vemos cómo cada quien hace lo que le corresponde, básicamente. Está el verdadero "poderoso", el jefe de la oficina, el que se codea con nobles y millonarios fuera del trabajo; están los jóvenes con dinero, con gustos refinados (o eso creen) y relamidos modales; y está el hombre de clase media, que puede a lo mejor conversar con ellos aunque, ya sea por la edad o por la clase, en realidad nunca podrá entablar una relación profunda con ellos, ni siquiera el hombre de clase media de esta película, un sujeto obsesionado con la nobleza y realeza británica, tanto que seguramente daría su vida por haber nacido en un castillo o tener un complicado y larguísimo apellido (de hecho, mira a menos al colega igualmente de clase media). Leigh los junta pero no los revuelve, no los mezcla, y palabras más palabras menos, qué demonios, hay estructuras (sociales, conductuales, morales, valóricas) que no van a cambiar nunca.
La película como tal se divide en dos segmentos: el primero, algo desordenado (en esta parte no hay trama propiamente tal) pero eminentemente dialógico y dialéctico, analiza e intenta descifrar qué es lo que determina a la persona de cada clase social, qué hay en las distancias entre unos y otros, como si fuera un ensayo fílmico cuyas conclusiones fueran extraídas directamente de la contemplación del presente; la segunda parte, más enraizada en la comedia de situaciones, con toque satírico y hechos que colindan con el absurdo y el equívoco, más o menos como "Abigail's Party", básicamente ridiculiza la pomposidad, la hipocresía y el falso sentido de clase sustentado en las meras apariencias, o también que la clase en sí misma no es sinónimo de calidad humana y cultural. Como dice el dicho: la mona, aunque vaya vestida de seda, mona se queda.
El resultado, sin ser lo mejor de Leigh (de esta etapa, al menos), es otra interesante y entretenida muestra de la personalidad cinematográfica que el maestro británico ya estaba puliendo gracias a sus sólidos experimentos en televisión. Podemos identificar, en varios de sus títulos mayores, un sinnúmero de apuntes formales y sustanciales vistos en estas películas. La verdad es que me alegra un montón ver que Leigh siempre ha tenido la película clara, que nunca ha dudado de su visión y que la calidad de sus grandes obras maestras ha sido el merecidísimo resultado de un largo y fructífero proceso de experimentación y saltos al vacío, los cuales, desde el principio, siempre destacaron por una sobresaliente calidad.
Les recomiendo fuertemente que vean estas películas, que quizás no sean tan maravillosas como las mejores de Leigh, pero que tienen algo de lo que muchas cintas actuales carecen: visión, identidad y autenticidad. La coherencia es algo que no se reseña mucho.
Siempre es enriquecedor ver los orígenes de un genio.
(Ahora, aunque voy a hacer lo que me pida el cuerpo, si me recomiendan algo a lo mejor les hago caso, ¿ah?)
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