Director: Ramin Barahni
En realidad no estaba tan, tan interesado en esta película, pero como era una adaptación de la novela de Bradbury no podía dejar pasar la oportunidad de ver qué visión podía entregar un director contemporáneo de una obra tan intemporal e imperecedera. De Ramin Barahni no he visto nada, pero estoy al tanto de su filmografía, que comenzó con pequeñas y modestas películas independientes sobre realidades marginales, las cuales le granjearon cierta reputación, y que después se ha embarcado en producciones de crecientes proporciones, en donde hay un drama con Zac Efron y Dennis Quaid (¿?), un thriller aparentemente con consciencia social al que no le fue muy bien, y ahora ésta, una de ciencia ficción. Me pregunto hacia dónde quiere dirigirse este realizador.
De entre las muchas virtudes que podemos destacar de la novela de Bradbury, mencionaremos el haber creado un futuro, con sus respectivas tecnologías (que en aquel entonces podían parecer delirantes y excesivas), cuyas características conformaban un reflejo certera y furiosamente vigente de la sociedad, pintaban un cuadro críticamente triste y pesimista, detallaban un retrato resignadamente profético. E intemporal. Bradbury, entre otros temas, hablaba de la apatía generalizada; de la competitividad propia de una lógica mercantil o capitalista ensombreciendo la convivencia y la solidaridad; de los peligros de una tecnología que de tan brillante termina por cegar a una población que ya no puede ver su bello sol interior (je, je, permítanme el chistecito) y que acaba dominada por entes invisibles que lo deciden todo por ellos, vendiendo la ilusión de identidad y libertad aunque no hagan más que quemar todo aquello que pueda expandirnos el horizonte. Suena muy parecido a como estamos hoy en día. Luego, un tal Truffaut decide adaptar dicha novela, y aunque no ignora en lo absoluto este futuro distópicamente esplendoroso, la suya es una película que se centra en la pesadilla de un protagonista al que de repente se le hace un infierno el decidir ser un individuo en un mundo uniforme que sólo acepta quienes, de forma predeterminada, deciden vivir bajo directrices que nunca han cuestionado ni cuestionarán pues piensan que el "bienestar social" (sea lo que sea eso) es lo mismo que "bienestar personal". Por eso su pesadilla comienza cuando se pregunta si acaso es feliz. Si acaso la relación con su esposa es auténtica, o con sus colegas, o consigo mismo. Por eso el final es tan maravillosamente significativo: porque, más allá del saludable sentimentalismo que podamos sentir por los libros o las películas (o más manifestaciones artísticas), el hecho de que estos "rebeldes" se conviertan a sí mismos en libros (aprendiendo cada individuo un libro) habla de la importancia de ser único, de ser alguien, pero también de la fortaleza que se puede lograr colectivamente, o para seguir con las metáforas: ¿qué es más poderoso?, ¿un buen libro suelto por ahí, o toda una biblioteca, variada y en expansión, sin dejar nunca de aceptar nuevos individuos?
Así las cosas, "Fahrenheit 451" es una película innecesaria y desacertada, muy desacertada. Es blanda. Es conformista. Tiene todo un presente, lleno de avances y malas costumbres adquiridas por estas tecnologías, del cual beber para construir una crítica sobre la sociedad actual, y sin embargo lo desaprovecha olímpicamente (¡no olvidemos que Bradbury tuvo que crear un futuro, tuvo que crear tecnologías y costumbres!). ¿Qué critica Bahrani? El espectáculo. Que todo sea un banal espectáculo. Un reality show. Nada más. La cultura del me gusta. Y claro, de cómo a algunos pocos les conviene una sociedad sin sed de conocimiento, sólo con hambre materialista, sin preocupaciones o dudas, sólo con la verdad de que hay que llegar a lo alto a cualquier medio. Pero eso es fácil. Criticar a quien en vez de ayudar a alguien lo primero que hace es grabarlo para subirlo a youtube con la esperanza de que se haga viral, qué original. Y para peor, a esta película también le falta lo de la pesadilla del individuo. No hay esposa o ningún personaje que evidencie la falsedad y la hipocresía en las relaciones, de cómo a veces sólo un título (esposa, esposo) parece ser más importante que la autenticidad de los afectos, de las amistades. La niña iluminada e iluminante es una traficante de aparatos análogos que le dice al protagonista, en tono conspiranoico, que no se crea las mentiras del gobierno. ¡Bum! (A propósito, aún sigo sin entender por qué Sofia Boutella es tan popular, si ni siquiera es buena actriz). En otras palabras, el conflicto del protagonista no es existencial ni humanístico. Y para no alargarme tanto, la trama toma decisiones cada vez más absurdas e incoherentes, es romanticona, artificial, acomodaticia. Le falta todo: la ferocidad de Bradbury, el dominio intelectual y estilístico de Truffaut (acá la escena de la vieja que se quema con sus libros es una alpargata agujereada comparada con la película del francés). Le falta algo que la justifique, que le otorgue identidad. Incluso obviando la novela o la anterior adaptación, esta "Fahrenheit 451" sigue siendo una propuesta soporífera, plana y vacía.
E innecesaria. Profundamente innecesaria.
¿Su aporte? Nulo.
Fin.
¿Su aporte? Nulo.
Fin.
Pues que arda, que no habrá lágrimas para aplacar el fuego.
ResponderBorrarY que arda junto a los episodios de Black Mirror ojalá.
Borrar