sábado, 14 de noviembre de 2020

22

 

Oh, viejo, he tenido una muy divertida sesión de Among Us, que me ha dejado con muy buen ánimo para terminar lo que comenzamos ayer. Vayamos al grano.

Después de Por favor, rebobinar, Fuguet publica el año 1998 la novela Tinta roja, y acá comienzan, un poco, los problemas. Tinta roja tiene dos partes bien diferenciadas entre sí. La parte que realmente importa es aquella que cuenta la historia del protagonista, pero cuando es un joven universitario que, a punto de terminar la carrera de periodismo, debe hacer su práctica profesional, que, muy a su pesar (inicialmente), debe llevarla a cabo en la sección policial (él quería la de espectáculos) de El Clamor, un pasquín sensacionalista al estilo La Cuarta, para lo cual se internará en un Santiago que no conoce, lleno de estrafalarios personajes que, a la vez, exudan una sucia y visceral realidad, y hechos de sangre que lo sacarán de su zona de confort. De paso conoce la escena intelectual y artística, las zonas oscuras del negocio, entre otras cosas bastante interesantes. Fuguet también se sale de su zona de confort y esta sección de Tinta roja, que es la verdadera Tinta roja, es un homenaje a la literatura pulp chilena, a la literatura de bajos fondos, aquellas novelas de Luis Rivano, Gómez Morel, Luis Cornejo Gamboa, Armando Méndez Carrasco, homenaje de todas formas escrito con personalidad propia. Fuguet escribe como si diera puñetazos y retrata de manera mordaz y feroz, con un respeto descarnado, esa realidad ni tan subterránea pero siempre tratada como una caricatura, que es lo que aprende el muchacho: debe escribir como si fuera un payaso misógino y xenófobo, pero demonios, lo que ve es un baño de realidad que le hará replantearse las cosas. Es una curiosa paradoja. Y una muestra de que Fuguet puede escribir literatura cuando se lo propone (ya lo había hecho: como hemos visto, sus primeros libros son pura fuerza literaria y personal). La sobresaliente calidad de esta parte contrasta con la mediocridad de la otra parte, dividida en dos, el inicio y el final, en cierta forma el prólogo (largo prólogo) y el epílogo, que constan del protagonista, ya adulto, con familia e hijos y un trabajo serio en una universidad gringa, explicando cómo es su madura y apaciguada vida ahora, siendo un editor o lo que sea, cuánto aprendió con su práctica, cuánto cambió, y lo mucho que se recuerda a sí mismo cuando conoce a un joven muchacho que quiere ser escritor, que es tremendamente talentoso pero tremendamente autodestructivo, y el protagonista quiere ser una figura paterna y blablabla. No tengo mejor manera de explicarlo, pero esa parte, para empezar, está escrita con los lugares comunes y los tics acomodaticios que Fuguet ya no podrá quitarse de encima más adelante, y segundo, comienza a repetirse en temas y preocupaciones, además de caer en eso tan molesto que es, básicamente, contar nada, escribir nada, simplemente las vacías reflexiones de alguien que piensa que se las sabe todas. Si leen Tinta roja y se saltan la primera y tercera parte no se pierden de nada, sólo lean el racconto y con eso quedarán más que satisfechos o satisfechas.

Llega la década del 2000. Fuguet, además de sus cuentos y novelas, comienza a publicar libros más variados: crónicas, conjuntos de reseñas o apuntes de películas o literatura, etc. No he leído ninguno de esos libros y no tengo mayor interés en ellos, pero mi teoría es que, con ello, comienza a confundir su voz literaria, comienza a acomodarse en el hecho de que él puede apropiarse de la voz de sus personajes. Es difícil de explicar, más aún porque las novelas y cuentos anteriores pueden ser más o menos autobiográficos, pero se nota que Fuguet se distancia y escribe no sólo respetando la voz de sus personajes, sino que dotando de literatura a esas historias. Como empieza a publicar sus propias opiniones sobre esto o lo otro, se queda atrapado en su propia subjetividad, la cual invade la voz y visión de los personajes que después irá creando. Da igual si lo que vaya a narrar sea autobiográfico o no o en mayor o menor medida, pues cada personaje no será una entidad propia, será un simple e inocuo trasunto de sí mismo. El caso es que el 2003 publica Las películas de mi vida (qué título más meloso, ¿no?), la cual no he leído así que lo dejamos hasta aquí. El 2004 y 2006 publica, respectivamente, Cortos y Prueba de aptitud, dos libros de cuentos, que leí en Cuentos reunidos, publicado el 2018. Ninguno me gustó realmente, no conservo grandes memorias, pero tengo los apuntes o reseñas que comencé a escribir de cada libro que leía (para conformar mi personal e intransferible Manual de literatura chilena), así que, en resumen: mis apuntes son más bien argumentales, pero por la manera en que los escribí, parece que no me entusiasmaron mucho. Casi todos son sobre recuerdos de tiempos mejores, sobre gente que pasaba momentos solitarios pero ya no, sobre encuentros y reencuentros, inofensivas atmósferas de nostalgia tristona, nostalgia plana y unidimensional, vidas disconformes y peleas entre padres e hijos, que es algo típico de Fuguet, uno de sus lugares comunes más obvios y superficiales. Hay cuentos que copian un poco sus libros anteriores, recuperando eso del formato guión cinematográfico, personajes cinéfilos cuyas ideas nunca verán la luz, etc. Parecen historias recicladas de libros anteriores, como ideas mediocres que Fuguet quiso recuperar por alguna razón. Sí recuerdo que ya en estos cuentos su forma de escribir se torna autocomplaciente, llena de tics y con un mal oído para los diálogos. Mal. (Ahí me burlé de la nueva forma de escribir de Fuguet).

El 2009 y el 2010 salieron dos novelas, Aeropuertos y Missing. No las he leído. Sigamos.

No ficción, año 2015. Pésima novela. Horrible novela. Es 98% diálogo. Diálogo insoportable. Mal. Mal oído ahí ah. Fuguet está viejo. Intenta ser joven. Un absurdo diálogo sobre dos amigos. Uno abiertamente gay. El otro no. Ambos han tenido sus momentos, han hecho sus cositas. Pero el otro no lo quiere admitir, dice que no es "maricón", que no le gustan los hombres, que sólo le gusta él. Él le dice que eso es ser gay, que lo asuma, si hasta han tenido sexo anal y todo. El otro lo niega, no quiere romper su imagen de hombre, de macho. Sí, eres gay. No, no lo soy. Y luego se cuentan cosas que ya saben, pero que la cuentan de todas formas para que el lector lo sepa, lo cual no tiene sentido. No sé ustedes, pero nadie en su sano juicio, cuando habla con otras personas, le cuenta cosas que ya sabe. Pero como la novela está en puro diálogo, Fuguet está obligado a usar ese mecanismo para contar cosas que deberían contarse con un narrador propiamente tal. Pero bueno. Al final los dos tipos tienen sexo y quizás al día siguiente el otro siga negando que es gay y se repita de nuevo la misma absurda conversación. Mal. Pero no lo sé, porque leí el libro una sola vez. Ni cagando una segunda. Mal.

Sudor, 600 páginas, año 2016. Año 2016 y Fuguet, que por fin se atreve a escribir historias queer, sobre personajes homosexuales como él, piensa que ha lanzado una novela transgresora y escandalosa. Año 2016. Uy, miren, un libro que, entre otras cosas, tiene hombres teniendo sexo. Uy, qué escandaloso. Llamen a la Iglesia por favor, ojalá la Iglesia tuviera la influencia de antes. Mal. Fuguet es el pionero de la literatura gay en Chile, en pleno año 2016. Es que Chile es un país muy atrasado en tantas cosas, sí o no. Porque antes no estaba Augusto D'Halmar, no estaba José Donoso, no estaba Jorge Marchant Lazcano, no estaba Carlos Iturra, no estaba Juan Pablo Sutherland, no estaba Pedro Lemebel, no estaba Pablo Simonetti, entre otros que o no recuerdo o no conozco. Fuguet cree que viene a romper el molde. Mal. ¿Y qué cuenta? La historia de un editor de no-ficción, que le gusta tener sexo con cualquier hombre que se le cruce (Grindr es su plataforma favorita para ligar), al que le encargan cuidar al hijo artista (y gay) de un gran escritor latinoamericano del boom, un trasunto de Carlos Fuentes, que viene a Chile, cual rockstar, cual John Lennon, a publicar su más reciente novela. Como el hijo y el protagonista son gays, se la pasan en la escena gay de Santiago, hasta que la tragedia llega y todo se va a la mierda. Mucho sexo explícito, qué escandaloso, qué terrible, ¡alguien quiere pensar en los niños! Mal. Para empeorar las cosas, como en Tinta roja, Fuguet utiliza las primeras cien putas páginas para que el protagonista explique lo terrible que fue todo, su promiscua rutina sexual y el porqué la no-ficción es lo que la lleva (que son las mismas razones que, qué curiosidad, Fuguet escribe, ya como Fuguet, en otras lados, ya sean artículos o memorias o lo que sea). Al final, de nuevo, un epílogo con reflexiones finales del protagonista, de cómo la cagó, en qué parte la cagó, etc. Son 600 páginas que se leen de manera rápida, más o menos entretenidas, lo suficientemente ligeras e inofensivas como para que su extensión no sea tan terrible o pesada. Pero qué novela más mala, en todo caso. Se puede aguantar, pero pasó sin pena ni gloria. Con más pena que gloria, diría. Mal.

Finalmente, el 2017 publica VHS (unas memorias). Este se puede leer mejor porque como Fuguet no tiene que fingir que inventa personajes, sino que escribe de sí mismo y de personas que conoció (es decir, que existieron), entonces nos ahorramos y nos salvamos de esa pátina de artificialidad e impostura propia de Sudor y No ficción. Estas memorias se centran en dos aspectos: la pasión por el cine de Fuguet y su descubrimiento o crecimiento sexual. Por supuesto, ya no tiene que esconderle a los lectores que es homosexual. Se aprecia la honestidad de los episodios que recuerda (sus aventuras con compañeros de clase, sus aventuras con lectores aquí y allá, sus aventuras en New York) y la honestidad del impacto que tal o cual película tuvo en su vida. Pero sus opiniones de cine son mediocres, planas y carentes de verdadera capacidad crítica. Y me sorprende que sea tan condescendiente con los consumidores pop, esos que dicen ser cinéfilos porque se han visto todas las Star Wars o las de Marvel (y sólo eso, apuesto a que ni siquiera han leído cómics, pero juguetes de plástico o disfraces de halloween no les faltan), esos "cinéfilos" que critican a los que ven películas "artísticas" o "intelectuales". No sé ustedes, pero yo prefiero hablar con alguien que haya visto a Godard, a Ford, a Tarkovsky, a De Sica, cine, damas y caballeros, no productos pop para consumo masivo. Imagino que Fuguet ya no quiere provocar, ahora sólo quiere ser aceptado. Por eso escribe así, de manera tan plana, por eso alaba la fábrica de salchichas de Marvel, como si de verdad estuvieran haciendo un aporte... Pero como dije, VHS se puede leer de lo más bien y, como Fuguet escribe de sí mismo sin necesidad de disfrazarlo de mediocre ficción, su escritura se hace más natural y fluida, no entorpece lo que quiere transmitir, que es su relación con el cine y cómo éste lo ayudó en momentos cruciales e importantes.

Ahora llega este año Despachos del fin del mundo. Nuevamente un híbrido. Quizás no le salga tan mal. Pero no tengo apuro en leerlo. A dormir. Mal.

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