Director: Henry Hathaway
Hoy, camino a la piscina, me encontré con una calle llena de hojas caídas por el otoño; una calle vacía, silenciosa, nublada y fría, como desolada (aunque el barrio no sea precisamente desolado), como si en aquel instante yo fuera el único ser humano de aquella cuadra en donde transitan pocos autos y pocas personas; y mientras caminaba, un viento soplaba suavemente a mi favor, por lo que las hojas se abrían, como dejándome pasar, y debo decir que el sonido del viento silbando, el de las hojas contra el pavimento y el de mis solitarias pisadas, todo eso, me recordó al cine de Béla Tarr y por un momento me pregunté si podía hacer como que veía las cosas en blanco y negro. Después apareció un auto, luego personas, en fin, volví a la realidad, pero demonios, qué bello fue sentirse dentro de una imagen del maestro húngaro. Espero que el otoño por fin comience a parecer como un maldito otoño de verdad. A la vuelta las hojas ya no estaban, y no pude sino recordar las palabras de la protagonista de La última niebla, novela de María Luisa Bombal, quien pregunta "¿Por qué, en otoño, esa obstinación de hacer constantemente barrer las avenidas? Yo dejaría las hojas amontonarse sobre el césped y los senderos, cubrirlo todo con su alfombra rojiza y crujiente que la humedad tornaría luego silenciosa". Yo también, querida, yo también...