martes, 20 de marzo de 2018

Somersault - 2004


Directora: Cate Shortland

La semana pasada (o antepasada) vimos tres películas de Mélanie Laurent, a la espera de que aparezca "Plonger", la que estrenó el año pasado, y "Galveston", su neo-noir que exhibió en el South by Southwest (a propósito, qué lástima que poco y nada se haya dicho de su película, al menos en español; pero bueno, ahí estaba lo nuevo de Spielberg y el onanismo generalizado, y que esa película es lo mejor de su filmografía, del año y del milenio). Ahora haremos un ejercicio similar: ver las tres películas dirigidas por Cate Shortland, directora australiana cuyos trabajos se han estrenado a lo largo de catorce años. Sé que hay asuntos que debo terminar (ejem, westerns, ejem), pero todo a su tiempo, todo a su tiempo.


La mención a Mélanie Laurent también me sirve para ilustrar algo: aunque con "Respire" la francesa mostraba potentes y certeras decisiones formales y dramáticas, también es cierto que en no pocas ocasiones recurría a mecanismos que, sin un tratamiento visual bien pensado y justificado, resultan la mar de convencionales e impersonales, lo cual daba cuenta de una ausencia de discurso cinematográfico propio. No digo que tenga que inventar algo 100% original y jamás visto, sólo señalo que a su puesta en escena, en términos dramáticos, le faltaba la consistencia para dar el tiro de gracia a su buen manejo de la tensión y del ritmo (que conste que sólo hablo de "Respire", porque "Les adoptés" no me gustó y ciertamente es como cualquier comedia romántica del montón). Cate Shortland sí demuestra un discurso propio con "Somersault", su opera prima. Esto no quiere decir, necesariamente, que la película sea una obra maestra (digo que dicho argumento no es, per sé, sinónimo de maestría), pero "Somersault" sí me ha gustado un montón, sí me ha parecido una película coherente y honesta consigo misma, dando como resultado toda una joya cinematográfica.
"Somersault" nos cuenta la historia, ¿la huida?, de Abbie Cornish, una muchacha que abandona la casa materna luego de una pelea con su madre y que toma un bus hacia alguna ciudad australiana en donde vivía un sujeto que alguna vez conoció. Nueva en la ciudad, sin nada salvo unas pocas pertenencias y menos billetes, deberá ingeniárselas para mantenerse con vida y no perecer, abandonada y congelada, durante las frías madrugadas de la zona. Dos cosas hay que destacar de esta película:
Primero, la excelente actuación de una jovencita Abbie Cornish, que interpreta a un personaje sumamente complejo, lleno de capas y, sin embargo, dueño de un extraño aura de plenitud y seguridad. Pero lo cierto es que la protagonista está llena de contradicciones, reflejadas en esa intensa mirada suya, tan serena y cándida como, a su manera, resignada y erosionada por las asperezas de la vida. Y es que por momentos pareciera ser una niña, sólo una niña que se maravilla con las hojas caídas o con el color morado que unos lentes de ski superponen a la realidad, que se pone a correr por el prado, que disfruta de las pequeñas cosas de la vida, apreciando la belleza escondida de éstas, la belleza que el resto no puede apreciar porque tienen los ojos gastados de tanto ver pero no mirar, observar. Pero también la vemos siendo una chica que no desconoce la dureza del medio, esas dinámicas de intercambio (pasando y pasando) que son como leyes no escritas pero ejecutadas a rajatabla por todos, y que, herida, recurre incluso a conductas autodestructivas. Pero, ¿acaso tiene la culpa? Uno de los aspectos más importantes de la película y de la protagonista misma es la sexualidad, gran acierto de Cate Shortland, pues es en la sexualidad, lo más íntimo de una persona, en donde la directora puede expresar lo más bello, pero también lo más sórdido, de las personas y de la vida. La protagonista vive su sexualidad de diversas maneras: como genuina expresión de placer, como desesperada y desesperanzada súplica de afecto, y también como método de intercambio. Y a través de esas interacciones podemos ir comprendiendo mejor su personalidad, esa inocencia, ese pragmatismo, etc. Cate Shortland ofrece un excelente retrato de una adolescente (porque me parece que Abbie Cornish interpreta a una chica que no es mayor de edad) y también de una parte de la sociedad, esa parte a la que le cuesta relacionarse entre sí, a la que le cuesta abrirse sin máscaras ni falsedades (todo lo contrario, olvidé decirlo, a la protagonista, directa y honesta, físicamente incapaz de fingir ser otra persona).
Y bueno, lo segundo que hay que destacar es la ejecución formal de la directora, que así en palabras simples (sólo con intenciones ilustrativas) podría recordar a esa atmósfera sensorial de Claire Denis, pero con aún mayor cuidado en el uso de los colores y de los movimientos de cámara. Una cámara que hace de Abbie Cornish la protagonista absoluta (casi, en realidad: Sam Worthington también adquiere cierta preponderancia a mitad de relato, especialmente cuando también él pone en duda su sexualidad, aunque qué demonios, para mí esta película es sobre la muchacha) y el prisma desde el cual observar, pero también percibir y sentir, todo lo que la rodea. Y eso es discurso propio: contar una historia sin renunciar en ningún momento a ese tono anticlimático (que no cae en efectismos o preciosismos románticos, por ejemplo), a esas texturas tan sombrías como extrañamente cálidas, a esa cruda sensibilidad alimentada con la luz interior de la protagonista, entre otros aspectos que ustedes bien podrán identificar si ven esta excelente película.
Este es el cine independiente que vale la pena ver y disfrutar. No se lo pierdan.
...anoche soñé que nevaba por acá...

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