jueves, 12 de noviembre de 2020

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Primero que todo, el 9 de noviembre se cumplieron siete años, ¡7 años!, del recomienzo de este blog. ¡Siete años! Es difícil de creer, ¿no? Por mi carácter poco ceremonioso (la única fecha importante para mí es mi cumpleaños, el gran 27 de diciembre) siempre olvido el aniversario del blog, pero es que además me confundo y pienso que el recomienzo se dio un 29 de noviembre, no sé por qué. Pero bueno, acá estamos, siete años y tres días después, transformados en un blog de variedades hasta que pueda volver a ver películas como corresponde, porque ya no estoy para hacer las cosas a medias (o no todas las cosas, después de todo este blog es un blog de cine a medias). No tengo manera de celebrarlo, pero espero que ojalá me gane la lotería o alguna carrera inesperada en los caballos. Como sea, este blog es como una cucaracha: porque no tiene, porque le faltan, las patitas de atrás. Y porque no nos mata ni una bomba atómica (quizás).

Aunque no pueda verla, me interesa la serie de Scott Frank "The Queen's Gambit", pero sólo puedo averiguar cosas "detrás de escena", como por ejemplo que está basada en una novela escrita por un tal Walter Tevis. La cosa es que, buscando e investigando, me entero de que el tal Walter Tevis es el autor de El buscavidas y El color del dinero, ambas dirigidas en sus adaptaciones al cine por Robert Rossen y Martin Scorsese, respectivamente, además de ser el autor de El hombre que cayó a la tierra, que fue dirigida por Nicolas Roeg y protagonizada por David Bowie. Y me sorprende porque nadie lo menciona cuando hablan de esta serie y sus inspiraciones y todo eso, al menos no en las páginas de mierda que-no-tienen-idea-de-cine que visito, pero que aprovechan de hacer artículos en base a lo que esté de moda. Definitivamente esa será una de las series que veré a pesar de mi divorcio con las series. Debo terminar Better Call Saul, cuando la estrenen, por supuesto. ¿Y qué más habría?

Por otra parte, se me hace todavía más natural que mi horario de trabajo ideal es la noche, específicamente lavando platos, digo, si de todas formas estoy hasta las cuatro de la mañana dando vueltas en mi cama sin poder conciliar el sueño, ¿no será mejor simplemente trabajar? Cuando era copero nunca tenía problemas para dormir, llegaba y caía dormido de inmediato, seguramente debido al esfuerzo de la jornada. Cuando sea más o menos seguro (y cuando quiten el toque de queda, por dios), seguro así como que no me voy a contagiar de covid (lo que quizás no pase en quién sabe cuántos meses), volveré a trabajar en eso y gastar todo mi dinero en libros y en placer, qué más da. Por ahora lo de los raspes no me funciona, lo cual tiene sentido. ¿Le funcionan a alguien?

Como sea, leí que Alberto Fuguet va a sacar un nuevo libro, Despachos del fin del mundo, que es una mezcla de lo que sea (ficción no ficción cuento crónica diario etc.), que plasma la visión del autor de lo que ha sucedido desde el año pasado, con el estallido y el eclipse solar, hasta que terminó de escribir el libro, con pandemia y plebiscito y un gobierno de mierda. No me entusiasma nada de nada, es un libro que definitivamente no voy a comprar y voy a esperar su lectura para cuando esté disponible en la sección de préstamo a domicilio de la Biblioteca Nacional (sección que me parece aún no está re-abierta). ¿Por qué mi falta de entusiasmo? Precisamente de eso hablaremos hoy, un post literario, como cuando defendimos la obra póstuma de Bolaño.

Vale la pena señalar que, aunque ahora Fuguet ya no me interese ni entusiasme, sí fue un autor importante en mi juventud, a mis 17 años supongo, con la importancia que tienen las obras y autores que uno descubre cuando recién se acerca seriamente a algún tipo de arte en particular. Desde luego, en ese entonces todas mis lecturas eran las que me imponían del colegio, todo dependiendo del criterio de los programas educacionales o como se llamen. La ciudad y los perros es uno de esos libros importantes. El extranjero también lo es. Y Madame Bovary. Y La Tregua. No leí Werther porque admito que me dio flojera aquella vez, pero lo leí muchos años después y debo decir que habría ejercido una influencia notable en mí, no tanto por lo suicida (que es el chiste más facilón cuando se habla de Werther) como por el carácter y la visión iconoclasta y rebelde del protagonista, su furiosa y dolorosa individualidad. No recuerdo algún otro título de semejante importancia para mí. El caso es que en el último año de colegio debí leer Mala onda, primera novela de Fuguet (luego de su primera publicación, Sobredosis, que es un conjunto de cuentos), que me gustó un montón y con la que me identifiqué en varios aspectos, a pesar de mis muchas diferencias con el protagonista (por ejemplo, que no soy de clase alta), lo cual no es impedimento para identificarse con lo que sea, en realidad, pues también me identificaba con los personajes de La ciudad y los perros, a pesar de que yo no soy de Perú y tampoco asistí a un colegio militar (o militarizado), pero muchos de los sentires de esos muchachos eran mis sentires. Como sea, acá hablaremos de los libros de Fuguet que he leído, pero en orden cronológico, no de lectura o biográfico.

Decíamos que su primer libro es uno de cuentos, Sobredosis. Lo he leído unas tres o cuatro veces, con cada lectura gustándome más. Las primeras veces no me impresionaba tanto, pero las lecturas posteriores me han hecho apreciar mucho más las propuestas, arriesgadas y valientes pienso yo, que suponen estos cuentos, apreciación potenciada por mi decepción y desencanto con la obra más reciente de Fuguet, quien, según yo, se ha acomodado y conformado de manera terrible, convirtiéndose a sí mismo en una marca o un "estilo", lleno de tics y lugares comunes, en un arquetipo que no puede romper ese molde narrativo o escritural que por alguna razón, quizás inconscientemente, se impuso a sí mismo. Gustarán más o menos, pero de la primera parte de su bibliografía sí puede apreciarse y notarse la literatura en esas páginas, en esas páginas escritas por alguien cuya pasión por el cine y la literatura me parece sincera y sumamente personal. Esto mismo me hace decepcionarme y desencantarme aún más con las obras recientes de Fuguet, pues escribe como alguien que no lee o que leyera muy poco o cosas muy mediocres, cuando, me consta, es alguien que ha leído mucho y variado, más que muchos "lectores". Entonces por qué conformarse, porque limitarse, porque acomodarse y escribir lo mismo de la misma forma, eso es lo que me molesta de Fuguet, que ya no haya pasión en su escritura ni novedad en sus temáticas. Parece que se recicla a sí mismo, que se imita, que imita a ese joven que jugaba a ser un rockstar de la literatura al estilo Bret Easton Ellis o Jay McInerney, pero que, demonios, escribía con las tripas, con el corazón y con la cabeza (no como ahora, que lo hace en piloto automático). Así las cosas, ahora mismo debo hablar de manera más que entusiasta de estos cuentos, pues me parecen literariamente muy refrescantes, atrevidos y rabiosamente arriesgados, sobre todo para el contexto de su primera aparición, en el año 1990. El primer cuento se llama Deambulando por la orilla oscura, una pequeña y breve pieza que es más bien un ejercicio de estilo sobre un muchacho que acaba de cometer un acto de violencia (y que se aproxima a otro), cuyas acciones, descritas de manera áspera y cortante, cortante como el cuchillo que sostiene en su mano, se intercalan con frases o diálogos emitidos por personas que presencian sus actos, llenos de admiración o indiferencia. Un inicio potente, una declaración de intenciones en todo sentido (estilístico, narrativo, temático: la juventud está en llamas y ya nadie puede evitarlo, la explosión está en ciernes), como un estallido de personalidad, que da pie para el resto de cuentos, ya menos anecdóticos y más variados y complejos. Al primero le sigue Amor sobre ruedas, una deliciosa historia que, amén de su atmósfera nocturna y fantasmagórica, es una mezcla de "cine de terror" con una comedia romántica, sobre dos muchachas que se suben a un auto e intentan ligar con otros autos, mejor dicho con los integrantes de estos autos, si bien algunos autos son malvados y también sus ocupantes, y quiénes son esos ocupantes, por qué son tan malos, por qué la ciudad está tan oscura y como vacía o desocupada, qué es ese aire ominoso, de culpa y maldad... No deja de ser un retrato soterrado de la vida en dictadura, con ese toque de queda, personas malas que nadie conoce pero que pueden hacer lo que les plazca durante la noche, un ejercicio de libertad (el buscar sexo sobre ruedas) cortado por agentes desconocidos... Sin duda, un cuento con más capas de las que aparenta, con un Fuguet mucho más sutil de lo que aparenta su "cropolalia". Luego viene Los muertos vivos, quizás el más débil pero no por ello menos llamativo: cuenta la historia de unos muchachos pre-púberes que, de alguna forma, logran colarse a un mega-evento underground en donde va a tocar la banda de moda, uno de esos eventos que no se pueden perder por nada del mundo, en donde verán y descubrirán varias cosas, alcohol y drogas y sexo, un evento interrumpido por las fuerzas del orden, etc. Es interesante el homenaje que le da a la escena underground santiaguina de los años ochenta, con sus bandas punks, esos galpones, los teatros clandestinos, etc., escena que Fuguet vio de primera mano, por supuesto. Con todo, más allá del tema de fondo, quizás sea el único cuento olvidable de los cinco, si bien su lectura no tiene desperdicio, después de todo contiene plenamente la fuerza de las intenciones de ese escritor joven y primerizo. Luego viene Pelando a Rocío, que es el monólogo de una mujer que está almorzando con otra mujer y cuyo tema de conversación es, justamente, pelar a Rocío, hablar chismes sobre Rocío. Por lo mismo, escrito en primera persona (aunque contando la historia de Rocío), tiene el gran mérito de contar una historia bien compleja pero con el habla propia de una chilena promedio (o arribista), con chilenismos y el hablar coloquial. Además del mérito estético, ese del habla y el de mezclar la primera persona con la tercera persona (la tipa cuenta la historia de Rocío desde su punto de vista), el devenir vital de esta tal Rocío es un comentario social: Rocío era una muchacha de clase alta, muy católica y pinochetista, de esas que van a misa y todo eso, la mejor amiga de la narradora, pero todo comenzó a irse al demonio cuando Rocío quedó en la Universidad de Chile, que a diferencia de la Universidad Católica (conservadora y en general, cuna de gran cantidad de políticos de derecha), es en donde se dan las mayores y más intensas actividades políticas y de protesta, un "antro de izquierda" que hizo que Rocío le diera un vuelco a su vida, y con ello, una debacle que es mejor no develar por mi parte. Son re locos los caminos que toma Rocío, y su amiga narradora lo cuenta con lujo de detalle, pues si algo saben hacer las personas arribistas, es enterarse de todo, absolutamente todo. Finalmente, el quinto y último cuento es No hay nadie allá afuera, seguramente el mejor, el mejor para mí. De este no diré mucho, sólo que trata sobre un tipo que se encuentra con un viejo amigo de la adolescencia en un aeropuerto, prometiéndose juntarse más adelante, pues el amigo tiene muchas cosas interesantes que contar. Esta junta no sucede y el protagonista, mordido por la curiosidad y la nostalgia, pretende averiguar qué ha sucedido con su amigo, investigación que lo lleva por muchos rincones de New York hasta una verdad desoladora e inesperada. Este cuento es la mejor muestra de literatura de Sobredosis, una muestra de que Fuguet es un escritor y que puede escribir de verdad. Es además, y para que vean que hablo en serio, un cuento muy Bolañiano, pero escrito y publicado cuando Bolaño no era la gran cosa, cuando Bolaño apenas había publicado (aunque, lo sabemos, ya llevaba escribiendo por lo menos una docena de años) dos novelas y, por lo tanto, aún no se erigía como un modelo literario en sí mismo, como una influencia para otros. No hay nadie allá afuera es un cuento sobre la soledad, la alienación, la nostalgia, la frustración vital, el amor a la literatura, los laberintos que te pone la vida, historias dentro de historias, en fin... Un cuento que pudo haber sido escrito por Bolaño, pero que escribió Fuguet.

Un año después publicó Mala onda, su primera novela. Mala onda cuenta la historia, más bien el despertar o el coming-of-age de Matías Vicuña, un muchacho que aún va en el colegio pero que ya tiene mucha rabia contra el mundo y la sociedad chilena, con sus contradicciones y mentiras e hipocrecías. Si bien se puede decir que Fuguet se inspira en El guardián entre el centeno (libro que leí pero con una traducción bastante mediocre, por desgracia), a mí me parece más cercana a Menos que cero, de Bret Easton Ellis. Comparten eso de la familia de clase alta y disfuncional; la juventud alienada y apática, con su consumo de drogas, alcohol; y la sensación de frustración vital, de estar perdido, sin meta alguna, sin motivación. Es la historia de un joven que se busca a sí mismo pero que no se encuentra, pues todo lo que lo rodea le parece falso, impostado, deshonesto: su familia pinochetista y esas reuniones familiares con gente hablando mierda de los pobres; sus amigos y compañeros de colegio con sus futuros prefabricados y perfectamente obedientes; sus mismas conductas, que oscilan entre las ansias de libertad y autenticidad y el compromiso o el conformismo con lo establecido: hablamos de un joven que admira a una alumna de un curso mayor que hace lo que quiere aunque se meta en problemas con las autoridades del colegio, pero que va y tiene sexo con una judía a la que le gusta que le digan Vasheta. Y aunque a Fuguet se le suele acusar de ser "extranjerizante", poco comprometido con la realidad nacional y escapista de esa realidad, la verdad es que dichas acusaciones no tienen sustento, menos aún leyendo esta novela, que claro, se ambienta en la clase alta, con sus costumbres y lugares y todo eso, ciertamente lugares y costumbres que a la gran mayoría pueden parecer ajenos, pero que justamente componen un retrato de una élite delirante, ciega, hipócrita e incestuosa (olvidé esa palabra que es casi un sinónimo), retrato rabiosa y furiosamente crítico de parte de un muchacho que huye hacia ninguna parte, sin destino fijo (todo en sentido figurado, claro).

El año 1994 Fuguet publica Por favor, rebobinar, ambiciosa novela que esta vez cuenta la vida de varios personajes cuyos destinos se entrelazan entre sí, a veces de manera más directa que otras. Cada personaje tiene su propio estilo y perspectiva (y bueno, si me equivoco y no es así, todos serían en primera persona, pero con distintos estilos, desde el epistolar, el sólo-diálogos, los más formales hasta los más coloquiales o realistas, intentando replicar la forma de hablar, los modismos, etc.), y si bien vemos varias escenas (literaria, cinematográfica, artística en general) todos estos lidian con el vacío, las crisis existenciales, la alienación, los afectos impostados, la búsqueda de un sentir auténtico y genuino. De esta forma, tenemos a un tipo que hace reseñas, un modelo que quiere ser escritor, un músico maldito al estilo Kurt Cobain llamado Pascal Barros ("el Vicente Huidobro del rock"), un ingeniero de sonido que hace un programa de radio nocturno, entre otros que no recuerdo, además de los personajes secundarios que revolotean alrededor. Con estos personajes Fuguet crea un universo cohesionado (es decir, aparecen personajes de Mala onda también e incluso de Se arrienda, su primera película), un Chile alternativo y cool, pero de todas formas real y visceral, con una atmósfera de decepción y de engaño, el aire de una promesa que no llegó. A las historias de los personajes se suman otros formatos que ayudan a construir este universo, como la inclusión de reseñas de películas, de discos, entrevistas, entre otros, aparte de la inclusión de guiones de cortometrajes, la descripción de novelas perdidas, personajes obsesivos de sus artes, etc., que me sigue pareciendo todo muy Bolañiano, aunque plenamente Fuguetiano. Una novela que me devoré las dos veces que la leí y que me sigue pareciendo placentera y deliciosamente absorvente.

Por ahora lo dejaremos hasta acá, pero ya mañana la cosa será menos entusiasta de mi parte. Sólo Tinta roja, la novela siguiente (publicada el año 1998) vale la pena (faltándome tres novelas de Fuguet, que no es poco a decir verdad), pero las que siguen nos convertirán en personas malas, muy malas. También seremos más breves, pues la falta de entusiasmo va de la mano con la falta de detalle y argumentos más concretos y sólidos.

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