lunes, 3 de noviembre de 2014

Black Mirror: The Waldo moment


Creador: Charlie Brooker
Director de S02E03: Bryn Higgins

   Siempre es bueno tener comodines bajo la manga, y lo digo a raíz de que, si es que no tienes mucho tiempo como para ver una película -como en este par de días-, entonces mejor aprovechar lo que tengas en capítulos de series de tv. Pero tampoco es que quiera darle una pausa a este blog, pues cada dia me convenzo más de que puedo ser capaz de mantener un ritmo constante en cuanto a publicación de posts. Entonces en vez de ponerme al día con el último par de episodios de "Homeland", mejor veo los de "Black Mirror", esa serie que se ha labrado un irritante aura de genialidad y crítica social, bastante exagerada si me preguntan. Y ya que pronto se viene el especial navideño y la tercera temporada, pues parecía bastante razonable escribirles acá qué pienso de las distintas historias de deshumanización social que propone el luminaria y poco menos que mesiánico Charlie Brooker. Y claro, con una historia tan plana como esta no es que me haya tomado demasiado tiempo en escribir la entrada.


  Jamie es un sujeto que sufre depresión y que lo único que hace en su vida es darle voz a un oso azul animado que aparece en algún programa de chismes. El oso ese es tan popular que se convierte en una especie de fenómeno político y llega a postularse a un cargo que justo quedó vacante. Y Jamie sufre problemas existenciales debido a ello...


   El gran problema que siempre tendrá "Black Mirror" es esa megalomanía y autocomplacencia de su creador, Charlie Brooker, quien de seguro se mira en el espejo y ve a una persona con una mordacidad sin precedentes, aguda y punzante, además aderezada con un irónico y sutil sentido del humor. Se nota que Brooker se precia mucho de sí, lo cual puede ser entendible dado el impacto que ha generado su serie, innovadora para la mayoría de los mortales, pero que no deja de reflejar, con ese remezón mediático-social como principal síntoma de todo el fenómeno que da de comer a su invento, que el tipo no es capaz de pensar una historia de verdad, mucho menos de narrarla con pulso y seguridad, pues realmente no necesita de aquello; lo suyo es, lisa y llanamente, la generación del impacto, sustentado en un par de explosiones -en sentido figurado- más que en una base sustancial sólida. Al igual que lo que critica -espectadores, industrias, políticos, lo que sea-, Brooker sólo se queda en la superficie, con relatos que son sólo eso: planicie pura, infértil y sin brillo.
  Su blanco en "The Waldo moment" es nada menos que la política, no en todo el sentido de la palabra sino en su acepción más moderna y aceptada: la de la farandulilla de izquierdas y derechas e independientes, batallando por quién es el mejor y blablabla; de manera más acertada, lo que busca retratar es el circo generado, algo que incluye no sólo a los políticos sino a la gente en general, "el pueblo". Es ambicioso este Brooker: no quiere dejar títere con cabeza. Aunque lo que tiene de ambicioso también lo tiene de cauteloso, pues establece como eje central la feroz crítica hacia los políticos que buscan el poder; ni loco se va a meter con "el pueblo" de manera tan directa, pero aún así no deja de señalar que ese "pueblo" es igual de estúpido que los políticos por los que votan... no habría circo sin espectadores. Pero, ¿qué nos cuenta Brooker bajo este contexto?, ¿logra construir acertadamente dicho contexto, en primer lugar? No, no, no y mil veces no.


  Pero, como digo, lo que a Brooker le sobra en pretenciosa y fallida mordacidad le falta en buen juicio, sustancial y narrativo. Sustancial porque su discurso, al igual que el de "White Bear" y su morbosidad asquerosa, es barato y simplón y ultrarrepetido: no hay autenticidad en las palabras de los políticos ni en sus propuestas: pura cháchara que disfraza el deseo de dinero y poder. No hay representación real ni sólida, lo cual queda ridículamente demostrado cuando el oso Waldo comienza a ganar popularidad por su discurso antipolítico(s) -acá queda claro que quienes peor quedan parados son los votantes-. Es decir, ¿cómo demonios es posible que un oso tenga posibilidades de ganar y que su indisimulada y desvergonzada obscenidad sea aceptada como un discurso? Tiene que ser una sociedad muy idiota, no hay duda en ello. Lo penosamente gracioso es que Brooker intenta explotar y darle fondo a su discurso barato mediante la contraproducente manera de explicitar el mismo, de señalar una y otra y otra vez lo que tanto quiere decir: lo dice Waldo, lo dice Jamie, lo dicen los candidatos, lo dice la gente, lo dice este tipo o ese, lo dice todo el mundo: (paráfrasis) "Waldo no es real y aún así es más auténtico que el discurso de los políticos". Lo dicen tantas veces que pierde el sentido; además, dicha frase es sólo eso: palabrería pura, cero argumentación. Waldo es más auténtico que los demás porque sí, que quede claro ahora y después y luego y más tarde y al final. "The Waldo moment" no es más que una premisa argumental, no le alcanza para una historia ni un relato.
  Lo anterior pudo, ojo, haberse salvado si es que hubiese tenido una dirección apropiada, lo cual no es el caso. ¿Recuerdan el episodio ese sobre tirar con un cerdo si es que algo no pasaba? Pues bien, dicho episodio también era impacto puro y duro: vacuidad extrema disfrazada de una dirección intensa y entretenida. Ahora seguimos teniendo esa vacuidad -no puede ser de otra forma al provenir de la pérfida pluma de Brooker- pero con una dirección cansina, gris y casi por defecto. No niego que en un par de momentos se me salió una sonrisa, lo cual lamento bastante dado que no hay sentido del humor en "The Waldo moment", pero en general no hay identidad en el aspecto estético... no es de extrañar cuando ni siquiera hay identidad ni mirada en el papel.
  Por último, Brooker no sólo falla en el retrato de esa política y la plástica sociedad que la rodea, sino que también en la construcción de personajes, cada cual más plano que el anterior, meros automátas que transmiten un mensaje manido e irreflexivo. Brooker no se diferencia de aquellos que tanto critica salvo en su pedantería, que llega a rozar límites supremos. No se dejen encantar por su perorata ruidosa pero sin nueces.


  En fin, me pregunto qué demonios piensa la gente. Resulta que "The Waldo moment" tiene 7.2 en IMDB y 6.3 en Filmaffinity, y "Maps to the Stars", que es infinitamente mejor en todo sentido -incluso comparando finales-, tiene 6.4 en la primera y 6.1 en la segunda. No es que crea en ninguna de las dos páginas -la primera porque cualquier descerebrado fanboy puede votar a favor de basuras y la segunda porque está llena de intentos de crítico profesional; ambas posturas son igual de despreciables-, pero aún así no se puede obviar que la gente prefiera la basura de hoy, vacía y sin una pizca de diversión, a la entretenida, retorcida, despiadada, sórdida y enferma ruta de Cronenberg por la psiquis humana y el hollywood lifestyle -logrando construir sólidamente ambas vertientes, salvo alguna excepción-. Quizás Brooker, cuya mirada es pueril y sin identidad ni profundidad, acierte después de todo en su valoración de las masas -término que aparentemente muchos desprecian hoy en día, en cuanto a las ciencias de la comunicación... puaj- como seres irreflexivos y orgullosos de dicha condición. Pero calma, que no es mérito de Brooker; en facebook y twitter está lleno de filósofos de quinta categoría deleitándonos con sus teorías de la vida y el universo ¿Qué pienso yo? Tal como dijo el Chino Ríos, no estoy ni ahí, ni con la farandulilla política ni con el circo que alimentan. Por eso "The Waldo moment" me es tan indiferente -aparte de su nulo valor estético y narrativo, digo-, porque todo lo relacionado a esa política ya está podrido y termina siendo un vil instrumento sin identidad. Es inútil. La vida es mucho más que eso.
  No vean "The Waldo moment", mejor vean "John from Cincinnati".

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