viernes, 1 de agosto de 2014

PVC-1 - 2007


Director: Spiros Stathoulopoulos

  Curioso el caso de este director. O quizás no tanto pero al menos a mi me lo parece un poco, más o menos como fue el caso de Cary Fukunaga, director de los ocho episodios de True Detective: estadounidense de ascendencia oriental -¿japonesa?- cuya opera prima -Sin Nombre- es hondureña-mexicana hablada, naturalmente, en español. Spiros es, como podrán adivinar por el apellido, griego -todos muy similares, ¿o no?-, pero también colombiano: greco-colombiano, o grecolombiano. Y su primera película, es decir la de esta entrada, es colombiana. La segunda que hizo, llamada Meteora, es griega. Variedad de idiomas y lugares y nacionalidades, y también de temas y estilos, pero siempre con el mismo talento detrás. Tanto Fukunaga como Spiros se alzan como jóvenes talentos a los que hay que seguir con atención. Y no es para menos en el caso de Spiros, pues su opera prima es nada más y nada menos que un plano secuencia de ochenta minutos. Una propuesta arriesgada que no falla y de la que sale airoso.


  Unos sujetos llegan a la casa de una familia para exigirles el pago de quince millones de pesos colombianos. La familia afirma no tener el dinero, que son pobres, que no tienen tanto, que no podrán pagar. Los asaltantes lo tienen todo planeado, y para hacer que la familia no tenga más salida que pagar la suma exigida, le ponen una bomba-cuello a la madre, porque si no pagan -o van a la policía o hacen cualquier cosa "sospechosa"-, ¡BOOM! Adiós madrecita. Ni el esposo ni los hijos quieren ese resultado, y mucho menos la madre, y para evitar la amenaza en ciernes, hacen todo lo posible para salvar la situación.


  PVC-1 es una película de esas que se pueden considerar una hazaña técnica. Claramente, por el hecho de ser un plano secuencia. Y de ochenta minutos. Ya se han hecho listas de los mejores planos secuencia de la historia del cine, y también de la televisión, que para algunos -cuyo universo fílmico parece que sólo se reduce al hollywoodense o, en su defecto, estadounidense- es el nuevo cine, mejor que su hermano mayor en todos los sentidos. Ante eso yo estoy en total desacuerdo: la televisión nunca le ganará al cine porque éste es más noble, y los filmes resultan ser experiencias que incluso aunque no sean perfectas, pueden llegar hondo en una persona, y todo en -diré convencionalmente- dos horas. La televisión nunca logrará la dualidad síntesis/poderío emocional que tiene el cine.
  Volviendo al tema, en esas listas se pasan de aquellos que duran cinco minutos, diez minutos, veinte minutos, hasta los que constituyen el filme completo. "El arca rusa" es un ejemplo; "La casa muda" es otro; y la chilena "Sábado" es otro ejemplo. Todos filmes de duración más o menos similar. Cada uno con su respectivo esfuerzo digno de alabar; andar ochenta-cien minutos con una cámara encima y no perder el pulso y el equilibrio no es para nada menor. Spiros, además de ser el guionista y el director, es también el camarógrafo, además del productor y otros cargos considerables; el esfuerzo de este tipo para hacer la película resulta tremendo; y la hazaña viene, junto con el hecho de ser un plano secuencia de ochenta minutos aproximadamente, con la increíble distancia recorrida en variedad de locaciones; de aquí para allá, a través de ríos, enredados árboles, senderos, casas, líneas de tren, etc. ¿Cuántos kilómetros fueron en total? Ya se imaginan el resto de la hazaña: coordinación de actores, equipo técnico... Pero, al fin y al cabo, siempre vale la pena responder esta pregunta: ¿Era necesario contar esta historia en un plano secuencia? Como con muchas preguntas, especialmente las de este tipo, las respuestas no son un simple sí o un simple no. Siempre es un poco más elaborado que algo tan monosílabo -es como decir que una película es mala porque es aburrida ¿No hay nada más que decir de una película que sólo un vago y menos que simplista "es aburrida"?-. De todas formas, el resultado es positivo y también su justificación: el plano secuencia no es un simple capricho estético; de verdad sirve como soporte narrativo. Quizás sirva también para llamar la atención suficiente, pero para qué irme tanto por las ramas. La intención del plano secuencia es mucho más honesta y noble que sólo acaparar miradas por la proeza técnica.


  Sí, el plano secuencia se justifica de manera más que convincente. Pero no todo es tan brillante ni perfecto: hay un par de cosas que reprochar. Reproches que son unos cuantos y que, cuando se hacen más notorios, también se hacen más molestos, especialmente porque hacen tambalear un poco la utilidad del plano secuencia. El primer reproche tiene que ver cuando lo que sucede frente a la cámara deja de ser exactamente lo necesario en detrimento de algún elemento no sólo fuera de cuadro, sino del espacio en el que se mueve la cámara. Esto provoca una disyuntiva cuya solución está condicionada por el uso del plano secuencia: si tenemos la acción en un punto A y queremos traer un elemento que está en el punto B, ¿qué hacemos? ¿Traemos el elemento del punto B al punto A, o llevamos la cámara del punto A al punto B? La primera solución parece ser más fácil, pero no siempre resulta verosímil ¿Por qué un personaje que está en el punto B, feliz de la vida haciendo lo suyo alejado de los demás, de repente siente la necesidad de ir al punto A? Se vería falso. Mejor ir donde ella, mucho mejor. Pero no se puede hacer un corte porque la gracia es que éste sea un plano secuencia. Entonces mejor partamos con la cámara donde ella, así sin más. Y ese paseo explicita de manera contraproducente que alguien lleva la cámara hacia lo que tenemos que ver para que la historia y el filme funcionen, rompiendo momentáneamente la sensación de que la cámara sigue una acción que tiene vida propia. Cuando la historia fluye, incluso el movimiento más complejo puede pasar desapercibido si la acción misma nos cautiva de la imagen; pero si no pasa nada en pantalla salvo ver cómo la cámara obligadamente tiene que ir al punto B para poder seguir la historia, entonces la cosa pierde su fluidez . Y este es el principal problema: que la cámara tiene que pasear por una razón meramente extradiegética para poder hilar ciertos momentos de la trama. Pasa varias veces, y ese tiempo entre ir del lugar que dejó de ser necesario o menos necesario que el lugar al que se está yendo es tiempo muerto. Se nota inmediatamente que están obligados a trasladarse al otro lugar por una restricción formal más que por la acción misma. A veces esto se lograba disimular, como cuando la cámara seguía un cable que no tiene gran incidencia en la historia, pero que al menos fijaba la mirada en algo, en vez del camino que el camarógrafo sigue por su cuenta. En otras ocasiones simplemente se hacía con mayor descaro y otras pocas tenían como raíz cierto elemento que le agregaba al traslado de un punto a otro bastante incertidumbre y suspenso. Lo malo de que se busque la acción obligadamente es que hace sentir al plano secuencia no sólo innecesario, sino que también forzado.


  Pero lo anterior no dejan de ser momentos puntuales; momentos puntuales en que ese traslado se muestra con descaro -resultando en tiempo muerto-, momentos puntuales en que ese traslado se disimula bien, momentos puntuales en que ese traslado resulta en el aumento repentino del suspenso y la incertidumbre. Todos esos momentos puntuales tienen que ver únicamente con el traslado de un punto A a un punto B debido a que un elemento lejano necesitaba ser mostrado. Un par de ellos hacen parecer el plano secuencia innecesario y forzado, pero como conjunto PVC-1 resulta justificar sin problemas la elección de este mecanismo. Lo principal es porque durante el metraje entero hay un frenetismo que te mantiene nervioso y expectante; un frenetismo que nace del plano secuencia, que parece tener intrínsecamente una elevada intensidad, ideal para historias de no descanso. Desde el inicio cuando vemos a los asaltantes, pasando por el asalto en sí, hasta los intentos de la familia por salir de esta situación tan atroz. Sean momentos movidos y rápidos u otros con mayor quietud, en todo el conjunto siempre hay una intensidad e intranquilidad totalmente coherente con el tipo de historia que se cuenta. Además, contra lo que podría pensarse sobre que todo es en cámara en mano o que la imagen se mueve demasiado y resulta poco entendible, Spiros como camarógrafo hace un muy buen trabajo; principalmente porque logra una agradable estabilidad visual. No es que veamos movimientos cien por ciento suaves y de una precisión milimétrica, pero sí hay firmeza y estabilidad en los movimientos, y por consiguiente en la imagen que vemos. A veces me pasa que con las cámara en mano deliberadamente se pretende mostrar una inestabilidad -a modo de molestos tiritones- que va de la mano con cierto realismo. Mientras más "amateur" más real y más creíble. Spiros no cayó en tal premisa, y al menos tiene la precisión suficiente para dar a entender claramente lo que sucede en pantalla. El plano secuencia tiene fondo, y logra unir hábilmente el mecanismo mismo con los efectos y el mencionado fondo, la sustancia.


  PVC-1 resulta ser una película con una amplia gama de emociones. Es un ejercicio de estilo que busca destacar más por el tremendo mérito técnico -una proeza para una producción pequeña y de bajo presupuesto como esta- que por cosas más profundas de la historia. No hay nada de malo en ello, primero porque como ejercicio de estilo la película resulta y funciona más que correctamente -esos traslados obligatorios le quitan un poco de brillantez al conjunto, porque se notan forzosos, pero no son reproches gravísimos-, y segundo porque la historia sí se encarga de establecer ciertas reflexiones del mundo y de la vida. Nada muy profundo, pero hace que la experiencia resulte ser más inquietante y atroz. Digo, ¿se imaginan si un grupo de feos, indecentes y malolientes sujetos llegan a su casa y le ponen una bomba a tu madre para que paguen una cantidad de dinero que no tienen? Pensar en eso resulta terrible y desasosegante. Alguna imágenes también contenían una atrocidad subyacente que pegaba fuerte. Me refiero a cuando una vez ya puesta la bomba en el cuello de la madre, ésta sale a caminar con el padre y los hijos, buscando ayuda y soluciones para su terrible problema. Una familia junta caminando alrededor de una bomba no sabiendo qué hacer, no sabiendo si su madre va a vivir o no, no sabiendo si los asaltantes van a volver y van a matarlos por puro placer, no sabiendo cómo sucederán las cosas, bajo la incertidumbre total de un asunto de vida o muerte ¿Y todo esto por qué? Por dinero. Unos sujetos alteran la tranquilidad familiar, volviendo una día normal en un auténtico infierno con tal de tener dinero. Ni los llantos ni las súplicas ni nada logran hacer cambiar de idea a estas personas; la familia tiene que buscar el dinero, no importa el cómo. Insisto, ver caminar a la madre con el padre y los hijos, juntos hacia un destino incierto, tan urgente como potencialmente fatal, resulta ser algo horrible. Y lo interesante es que nada de esto está tratado realmente con profundidad, pues lo más importante es el desarrollo del relato y la ejecución del plano secuencia -los personajes cumplen su función narrativa con efectividad, pero no son más que arquetipos casi rozando el más burdo cliché-. Pero el haber elegido bien el tipo de historio contribuye a que las emociones del espectador estén más involucradas y al borde de los nervios. Esto hace que los ochenta y poco minutos que dura el metraje sea una auténtica montaña rusa con una amplia gama de emociones y pulsiones. El final termina sorprendiendo igual, porque no se sabe realmente si el entuerto este puede terminar bien o mal. Una interesante experiencia, al fin y al cabo.

  Me gustaría cerrar con un dato más o menos curioso. Había leído por ahí que este filme en realidad era un documental ¿Un documental de este tipo filmado en plano secuencia? ¡Esa sí que sería una proeza! La verdad es que no sé quién dijo algo así, porque no tiene sentido hacer un documental de asaltantes atormentado a una familia inocente. Lo cierto es que la película está basada en una historia real. Tampoco es muy sorprendente porque casos similares ya se han visto -bombas en forma de chaleco, al cuello, a la cintura, a los pies, como mochila que no se puede sacar, etc.-, pero que sea real no hace más que dejar claro que por desgracia estas cosas ocurren, a familias indefensas y a inocentes. La maldad no es ficción; es real y ocurrió. Ahora que lo pienso mejor, considerando que ésta fue una historia real, el uso del plano secuencia se fortalece increíblemente: el plano secuencia nos introduce en una experiencia tan horrible como esta en tiempo real, tal como le sucedió a los verdaderos afectados; sin pausas, sin descansos, sin nada. Una experiencia así ya fue vivida por personas reales. Podemos ponernos en su lugar, maldecir a los asaltantes, pero lo más cerca que podremos estar de una situación así -mientras no nos ocurra- es viendo esta película. En cierta forma te hace sentir más en carne y hueso cómo es aguantar algo como esto. Iba a alegar un poco contra los muchos llantos que hay, porque de verdad casi todos se la pasan llorando y resulta algo fastidioso, pero no hay nada que hacer al respecto. Hay que aguantar, y ni los momentos más pausados y quietos del filme realmente son tranquilizantes; el sufrimiento no se detiene nunca.

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