martes, 19 de diciembre de 2017

The Killing of a Sacred Deer - 2017


Director: Yorgos Lanthimos

Me pregunto cómo quedaría una película de Park Chan-wook, digamos "Stoker", dirigida por Yorgos Lanthimos, y también me pregunto cómo quedaría una película de Yorgos Lanthimos, digamos "The Killing of a Sacred Deer", dirigida por Park Chan-wook. Hagan correr la imaginación, que los resultados pueden ser... sorprendentes. Como sea, acabo de ver "The Killing of a Sacred Deer", la segunda película internacional del griego Yorgos Lanthimos, la cual compitió por la Palma de Oro en la más reciente edición del Festival de Cannes. Pueden apostar que había expectación por ver tan singular propuesta de tan singular cineasta.


Yorgos Lanthimos vuelve a la carga con otra de sus historias en donde una aparente normalidad se ve trastornada por los rincones oscuros de la naturaleza humana y deviene en una irracional espiral de acontecimientos incomprensibles que, por alguna razón, conforman un mundo verosímil... extraño pero verosímil (porque es simbólico, metafórico).
Colin Farrell interpreta a un cardiólogo que, además de tener la familia ideal (una esposa oftalmóloga interpretada por Nicole Kidman, una hija talentosa y un hijo con pelo largo, además de un bello perro de raza, ¡y qué casa en la que vive!), mantiene una curiosa relación de amistad con un muchacho algo raro pero candoroso, incluso ingenuo, que es interpretado por el adefesio de Barry Keoghan, quien es catorce meses mayor que yo y dos centímetros más bajo (igual me ganaría en una pelea: ¿han visto lo bien que boxea en su Instagram?). El problema es que el asunto comienza a ponerse perturbador, peligroso e inestable, impredecible e indescifrable, y la viciada vida ideal de Farrell deviene en pesadilla.
No obstante la puesta en escena fría, sobria, hermética, incluso anti-climática, "The Killing of a Sacred Deer" te atrapa de inmediato gracias a esta atmósfera enigmática, enfermiza, demencial y también siniestra, lograda gracias a un puñado de personajes ambiguos y tétricos que, subyacente a la imagen, alimentan un malsano e intenso caudal de pulsaciones y deseos ocultos, invitándonos a este ambiente tan sofocante como irresistible y exquisito (el cual, por lo demás, es filmado por Lanthimos de manera brillante: excelente uso de la cámara y sus múltiples recursos visuales; agréguese la soberbia dirección de fotografía de Thimios Bakatakis, colaborador de Lanthimos desde su opera prima). De esta forma, el relato nos sumerge en una incómoda historia de dependencia, obsesión, culpa, entre otras lindezas conductuales, que destaca sobremanera por lo impredecible de su trama y el inquietante retrato de sus personajes, que aunque actúen de manera bastante correcta y educada igual desprenden un halo macabro y maligno. En el fondo, Lanthimos construye un impecable y precioso cascarón que, sin embargo, está poblado de grietas por las que escapan violentos y pequeños estallidos de perversidad: es la decadencia del ser humano aderezada con una suerte de crítica social que retrotrae a "Funny Games".
El asunto da un giro radical cuando Lanthimos nos revela totalmente la naturaleza de esta relación y la película pasa a ser un thriller de venganza con tintes sobrenaturales que deja de lado la atractiva dinámica previa, ese oscuro y estimulante estudio de personajes, en pos de lo desconcertante de lo irracional e inexplicable (aplique a una persona, a un hecho, etc.). En esta segunda hora la película logra sostenerse sin mayores problemas, en parte gracias a la excelente labor del reparto y en parte gracias a una atmósfera que ya no tiene tanto de lo que dije antes, pero que de todas formas mantiene su extrañeza intacta (sin mencionar las dos o tres escenas impactantes que equilibran dicho metraje), pero, gracias al giro argumental, Lanthimos perdió la oportunidad de lograr una película coherente y, sobre todo, inclasificable y suicida, pues, al revelarlo todo, ocurren varias cosas: los personajes dejan de ser entidades misteriosas y seductoras y pasan a ser simples monigotes balbuceando y vagando a la espera del clímax, del acontecimiento definitivo; por lo demás, aunque la narración se sostenga, indudablemente esta segunda parte se alarga, pues las interacciones entre los personajes, si bien interesantes y sugerentes por momentos (todavía turbadoras), quedan reducidas a simples rarezas, extravagancias que, además de contravenir la tenebrosa deconstrucción psicológica del principio, se vuelven reiterativas y hasta sobrantes (sobra metraje, claramente); y por último, relacionado a lo anterior, habiendo explicado el origen de todo mal se pierde el factor sorpresa, suprimiendo toda posibilidad de tensión y, peor aún, dejando en el aire todo lo que la primera hora parecía señalar sobre la naturaleza humana. Reducirlo todo a la venganza y supeditar el comportamiento de los personajes a una determinada condición externa es... es un desacierto enorme. Perdonen si me repito, pero me parecía más fascinante cuando el conflictivo y rico mundo interior de cada personaje escapaba a la superficie para romper las acomodaticias máscaras que esconden sus secretos y derrumbar los pilares de esa ilusoria idea de perfección en la que se refugian.
A Lanthimos le pasa lo mismo que sucedía en "The Lobster": excelente la primera parte, disoluta la segunda. A pesar de todo me ha gustado esta película; como digo, se sostiene y está muy bien dirigida y actuada, pero me sigue pareciendo una gran idea desaprovechada y una importante oportunidad perdida por parte de su director, que seguirá siendo sólo el tipo excéntrico y exótico al que poner atención ocasionalmente y no el cineasta capaz de posicionarse en un medio ajeno e instalar, aunque sea un poco, sus propias ideas y estilo como si fueran reglas a seguir por otros. Veremos quién se adapta a quién primero: Lanthimos tiene nuevo proyecto para el otro año, así que ya veremos, ya veremos...

...por eso no hay que tener amigos...

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