martes, 12 de mayo de 2020

Guerrero - 2017


Director: Sebastián Moreno



Primero que todo, no creo que el director de este documental sea el mismo Sebastián Moreno que preside la ANFP y que ahora mismo está con un pie fuera de su cargo. Es sólo un divertido alcance de nombres, nada más.
Segundo, sé que puedo ser muy quejón y hablar de mi país como si fuera el peor del mundo. Sepan que no pretendo, cómo decirlo, ignorar o ensombrecer lo que acontece en otros lados quejándome de lo que sucede acá. Además, el peor país ahora mismo debe ser Brasil, imagínense tener a Bolsonaro de presidente, qué horror... Se ha visto lo que sucede con presidentes empresarios, pero los presidentes militares, uf... Si hay cineentucaristas brasileños por acá, les mando fuerza y paciencia. Algún día de estos (de este año) voy a ver "Bacurau", les aviso.
Tercero, y ya entrando en materia...
Como ejercicio de memoria y de no olvido, es bueno e imperativo que existan documentales como "Guerrero", al menos en lo que respecta a sus intenciones. Sin embargo, fuera de eso, hay algo que no termina de convencerme ni de gustarme (incluso de agradarme) en este documental. Quizás sea su carácter medio performativo, acaso me parezca algo artificial, tal vez se pase en su retrato enaltecedor y algo idealista, no lo sé. La premisa es la siguiente: primero, recordamos el Caso degollados, cuando tres hombres aparecieron degollados al costado de un camino semirural. Uno de esos hombres trabajaba en la Vicaría de la solidaridad (¿la recuerdan de "En el nombre de Dios", de Patricio Guzmán?), el otro era un profesor o inspector de colegio que pertenecía a una especie de gremio de profesores. El hijo del profesor es el protagonista de esta película, y Guerrero es el apellido de ambos, padre e hijos marcados y separados por la dictadura. Recordado esto, el documental sigue una línea, pero separada en dos. La línea: relatar lo que iba sucediendo luego del asesinato de los tres hombres, naturalmente centrado en el hijo. Los dos caminos: por un lado, los materiales de archivo, reconstruyendo la línea de tiempo de entonces, dando cuenta del porvenir del hijo Guerrero, que no se amilana y se erige como líder de movilizaciones, y todo lo que vino después hasta que se acabó la tiranía del narcotraficante ignorante ese al que apenas se le entiende el español; por el otro, el Guerrero de ahora, candidato a concejal, que rememora esa historia, que vemos reconstruida a través de archivos, revisitando físicamente los lugares por los que debió pasar, sea Chile, Hungría, Alemania, etc... Lo que no me convence es esta remembranza física, lo performativo y medio artificial de eso, como si estuviera calculado todo lo que pasaría, los llantos y los abrazos, como en esos programas cuando el animador deliberadamente toca fibras sensibles para que la persona llore y la audiencia se conmueva y el rating aumente, esa es mi sensación: no pongo en duda la calidad de los sentimientos, sino la utilización y el oportunismo de estos. No me agrada el mecanismo, menos cuando no aporta valor dramático ni narrativo a la reconstrucción histórica del material de archivo, que es lo que aguanta al fin y al cabo el peso del documental. Claro, el Guerrero actual narra cosas, explica lo que sentía, etc., pero ese relato oral se pudo hacer acá en Santiago y punto. En otras palabras, todo el asunto del viaje por europa se siente innecesario y hasta excesivo, incluso impúdico. Con esto llegamos a otra cosa que tampoco me gustó mucho, que este ejercicio de memoria, más que invitar a la reflexión (lo cual se logra de todas formas, es imposible quedar impasible a esas imágenes de archivo, surge naturalmente), parece ser un vehículo de exaltación personal. Si no fuera porque en el documental al final vemos que gana su puesto de concejal, pensaría que la idea era hacernos votar por él, no sé si me entienden... Como sea, no responsabilizo al protagonista, que imagino que fue todo lo honesto que es diariamente, sino al director, más preocupado de escenificar momentos preconcebidos que de indagar en la realidad que tiene enfrente.
Lo bueno de este documental (además de los planos generales de las ciudades, que a primera vista parecen miniaturas aunque -parece- no lo son, técnica que me encantó he de decir) es la reconstrucción histórica hilada por los recuerdos del personaje principal, el Guerrero hijo-joven, que nos sumerge en esa época oscura y le otorgan la cohesión dramática que aporta un buen personaje (el Guerrero joven es un gran personaje). Uno puede sentir el dolor y la rabia de esas imágenes, de todas formas registradas por otras personas, con otros fines; el montaje bien hilvanado es gracias al personaje y su devenir vital. Lo malo es lo que propone el director por iniciativa propia, es decir lo de los viajes y los reencuentros y lo del inspirador presente y lo de los ecos del pasado en mi maduro yo de ahora, que no aportan absolutamente nada a ese pasado, pero qué se puede hacer, no todos tienen el talento o la sensibilidad cinematográfica de Patricio Guzmán, gran narrador y poeta del pasado-presente...
En cualquier caso, siempre es bueno conocer más y más, especialmente de períodos tan cruciales como en este caso lo fue la dictadura: todo va sumando y creando un panorama más completo, arrojando sus luces para que la sombra de la mentira sea, ojalá, cada vez menor. Al menos para los que de verdad quieren aprender y mejorar...

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