martes, 29 de agosto de 2017

China Girl - 1987


Director: Abel Ferrara

Después de "Ms .45", Abel Ferrara dirigió un thriller titulado "Fear City" y dos películas para la televisión. Las vería y comentaría todas pero no las encontré a tiempo y en realidad me apetecía más ver "China Girl", su cuarto largometraje. De momento Ferrara no falla, ¿eh?, el tipo tiene, ¡pow!, un puño de hierro y una mirada severa, crítica, punzante, al hueso.


Un chico entra en la discoteca de algún sucio barrio de New York y observa a la gente bailando al ritmo de la música y de sus propias pulsaciones. Encuentra a una muchacha bailando con sus amigas. El chico se acerca, hace contacto visual y los cuerpos parecen aceptar: comienza el baile. ¿El problema? Él es italoamericano y ella es china; uno es nacido y criado en la Pequeña Italia y la otra vive en el Barrio Chino. El problema no es de ellos, claro, sino del hermano de ella y del hermano de él, racistas de tomo y lomo que odian al otro por ser amarillos o lo que sea. De esta forma, estos dos jóvenes con las emociones a flor de piel comienzan una trágica historia de amor ubicada justo al centro de un violento y sanguinario conflicto racial y criminal en donde se enfrentan impulsivos e imprudentes jóvenes que, contraviniendo las pragmáticas órdenes de paz provenientes de sus respectivos jefes, dan inicio a una guerra entre italianos y chinos.
"China Girl" me parece una película poderosa y contundente en todo sentido. No sólo es sensacional en el puro apartado de relato criminal, con los toma y afloja de lado y lado, la escalada de violencia y la glacial muerte haciendo feliz su trabajo, sino que también en tanto discurso, conciliador pero inclemente a la hora de explicitar las consecuencias del odio y del vacío, de la putrefacción moral y la maldad humana, que no es más que un hoyo negro capaz de consumir y devorar las cosas más puras y felices. Ferrara quizás no escatime ni se amilane con la solemne y cruda estilización de la violencia, pero en el fondo es un tipo honestamente sentimental, romántico, incluso idealista en términos universales, que no hace más que atacar la mediocridad y la mezquindad de los hombres que finalmente los condena a la muerte aún así nunca sean alcanzados por la justicia ordinaria. ¿La justicia poética, quizás? A veces ni a nivel poético queda justicia, pero al menos nos quedamos con el salvaje y tierno lirismo de Ferrara.
Y sólo para darles una idea de la elocuente ejecución narrativo-dramático de Ferrara, aquí les describo el inicio: en pleno barrio de italianos, unos humildes y soñadores chinos desmontan lo que queda de un local que ahora les pertenece: se quita el letrero principal, se borran las calcomanías de la ventana, que alguna vez perteneció, presumiblemente, a un italoamericano, y se procede a instalar el nuevo letrero, de estilo muy oriental. Al otro lado de la calle, en la pizzería del frente, el hermano del protagonista, aspirante a miembro estable de la mafia italiana, observa atentamente y no con buenos ojos la llegada de los nuevos locatarios. ¿No les parece una secuencia notablemente resuelta? Ferrara, sin explicitar el conflicto y apenas recurriendo a una escena en apariencia de lo más sencilla y normal, casi insignificante (un acto más perdido entre las millones de acciones que ocurren a lo largo de un día), nos devela el infierno que se va a desatar en apenas unas cuantas cuadras a la redonda.
No se pierdan esta tremenda joya.

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