miércoles, 16 de junio de 2021

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Ja, ja, resulta que porque Cristiano Ronaldo sacó, no con poco desprecio, dos botellas de Coca-Cola de una conferencia de prensa, las acciones de la compañía se desplomaron y se perdieron cuatro mil millones de dólares (acá podría insertar, especialmente en tiempos de tanta urgencia como estos, lo que podría hacerse con semejante cantidad de dinero, pero la verdad es que no sé cuántos hospitales podrían construirse, cuantas familias podrían recibir ayudas económicas, etc.), y ante esto yo no sé qué demonios pensar, porque no entiendo cómo demonios funciona la bolsa y los mercados financieros (o como se llamen). Está bien que Cristiano Ronaldo sea una estrella del fútbol y todo, pero ¿perder cuatro mil millones de dólares por un gesto? ¿Cómo es que el valor de algo cambia tanto por ese tipo de cosas? ¿Es dinero real siquiera, digo, efectivo, tangible? Imagino que en cualquiera momento los de la Coca-Cola descubren la cura contra el cáncer o contra el covid y a lo mejor así recuperan su valor bursátil, pero qué sé yo. La verdad es que no entiendo que ese mundo se base en cosas poco reales, más bien en ilusiones o espejismos. Esto me recuerda a la novela "El socio", de Jenaro Prieto. Lo que recuerdo de ella es que el protagonista es un sujeto bien poca cosa, esa clase de hombres que no destacan en nada y que llevan una existencia mediocre, en el mejor de los casos lo suficientemente aceptable para estar contento, pero lo dudo de este protagonista, que intenta hacer negocios sin éxito, que no tiene mucho dinero, que le cuesta mantener un nivel de vida razonablemente decente. El caso es que este sujeto, que todos deben ver como un perdedor o, peor, un pusilánime que dice intentar pero en realidad no intenta nada, este sujeto digo, por alguna razón que escapa a mi memoria, se inventa un alter ego, un personaje que no existe, pero al que le otorga todas las cualidades que a él le faltan: glamour, inteligencia, buen olfato para los negocios, y pronto este "socio" se convierte en una estrella del mercado, y todo lo que piensa es oro puro, y sus palabras elogiosas son seguidas por acciones que suben como la espuma, y sus palabras despreciativas hunden como el Titanic otras acciones, y todos estos acontecimientos francamente surreales, estos hechos reales y tangibles ocurren por la potente influencia de este ser ficticio e imaginario que vive en la mente de este protagonista apocado, al que nadie escucha ni toma en cuenta, a pesar de ser el interlocutor de este famoso "socio". Después la trama se vuelve aún más surreal y este "socio", sin existir, más interviene en la realidad, pero no viene al caso seguir contando, simplemente lo traje a colación por este asunto de las bolsas o mercado bursátil y cuán frágiles y ridículos me parecen. Yo prefiero comprar billetes de lotería (cuando tenga dinero, cuando tenga trabajo).

Hoy, sin embargo, vengo a hablar de, a comentar "Yo, asesino", cómic (o novela gráfica) escrito por Antonio Altarriba y dibujado por Keko, que es la primera entrega de una trilogía que, si no me equivoco, se llama la trilogía del egoísmo, y que continúa con "Yo, loco" y "Yo, mentiroso", pero de esas hablaremos otros días.


Yo no me considero especialista en nada, ni siquiera en cine, aunque de cine hablo con mucha más seguridad que de cualquier otra cosa. Lo digo siempre en todo caso, yo no hago reseñas ni críticas ni análisis, a lo más digo si algo es bueno o malo (no en un sentido moral, sino cualitativo), siempre sustentado en criterios personales y, para muchos, quizás poco confiables o creíbles. El caso es que no diré ni puedo decir mucho de "Yo, asesino". Primero que todo, me gustó. Me gustó su arte, el dibujo, todo eso, el trabajo de Keko a fin de cuentas. Es un dibujo preciso, detallado, y con cierta sensación filosa, tan filosa como la prosa, como el estilo con que se narra el relato, en donde se retrata a la perfección tanto los espacios/lugares como los personajes, sus rostros, sus matices y ambigüedades. Si habláramos en términos de puesta en escena, en especial cuando entramos en terrenos del thriller o algo similar, siempre es bueno cuando el narrador sabe situarte en un espacio, casi de manera natural e intuitiva, para luego dejar que el tiempo y las acciones fluyen en esas imágenes, entre lo que hacen y dicen los personajes. En este cómic nos movemos por salones o pasillos universitarios, parques y callejones, galerías de arte y auditorios de conferencia, dibujados con una calidad inmersiva, y luego vemos personajes de quienes captamos a la perfección la hipocresía, la frialdad, la decepción, la ira, la mentira... Todo en un blanco y negro aderezado con algunas tonalidades (o manchas) rojas, que claramente remiten a la sangre, pero también a la ira, a la pasión, al aura trágico del hombre. Y luego está el relato, sorprendente y saludablemente anticlimático, que no da respuestas, más bien induce la incertidumbre, que nos cuenta la historia de un profesor universitario de arte, un profesor de harto prestigio, que tiene revistas y es conocido por sus teorías del arte cruel, quien también resulta ser un asesino en serie que ve el acto de matar como una de las bellas artes, siendo cada asesinato una obra de arte en sí misma, cada asesinato con su propia ética y estética que el protagonista sigue a rajatabla: un artista de la muerte, que se permite innovar, experimentar, renovar, refrescar su arte. El protagonista, que es también el narrador, reflexiona sobre qué es el arte y cómo aplica esa misma visión a sus actividades mortales, manteniendo una coherencia entre el discurso o el soporte teórico y la ejecución en sí misma del arte en cuestión. Reflexiones la mar de interesantes que hablan sobre la moral, las reglas, la humanidad (el protagonista dice que el humano es un asesino nato, una especie cruel que reprime o dosifica sus impulsos asesinos...), y que van avanzando sobre el siguiente argumento o conflicto dramático: mientras el protagonista planifica sus asesinatos, su vida comienza a desmoronarse por diversos motivos que escapan a su voluntad, incluso a sus actos, curiosamente, salvo los asesinatos, ninguna de las consecuencias que el protagonista sufre son su responsabilidad, de esta forma debe equilibrar su meticuloso modus operandi con una vida personal y profesional que se tambalea a pasos agigantados. Además hay agudas y punzantes críticas políticas, sociales e incluso filosóficas, retratando un mundo que, en efecto, está lleno de muerte, pero de muerte en otras formas, otras caras: engaños, farsas, mentiras, confabulaciones, esas pequeñas pero constantes formas de destrucción mutua que confirmarían las teorías del protagonista, que el ser humano es un asesino, pero un asesino que no se atreve a aceptar su naturaleza.

Como siempre, tratándose de mí, deben haber muchas cosas que se me olvidan, otras que a lo mejor escribí mal, qué sé yo, pero lo importante es lo siguiente: "Yo, asesino" es un cómic altamente recomendable, un cómic redondo entre lo gráfico y lo narrativo y lo sustancial. A mí no es que me haya cambiado la vida (creo que algunos cómics de Enki Bilal lo logran), pero sí que da gusto leer/ver algo de tan incuestionable calidad y que, se nota, está hecho para, en efecto, transmitir y expresar algo: una visión de mundo, una forma de sentir el mundo. Puede sonar cursi refiriéndome a un cómic tan elegantemente brutal, pero esa es su gracia: el protagonista no mata por pasión, por odios ni rencores ni principios, mata por arte, por motivos estéticos, y lo mismo podría decirse del cómic: no se vanagloria en su retrato de la hipocresía y las maquinarias del poder del mundo académico (y no sólo académico), pero ahí está, latente, respirando sobre nuestra nuca. Tiene su gracia esa dualidad, esa dicotomía: justamente lo que arruina al protagonista es aquello que evita en su actividad más preciada: el mundo que lo rodea, el sistema social.

Interesante sin dudas, ciertamente un imperdible.

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