martes, 4 de julio de 2017

Silver River - 1948


Director: Raoul Walsh


No podíamos quedarnos solamente con "Pursued", de todas formas ese no era el plan pero como la citada película no me gustó, con más urgencia me lancé a ver "Silver River", estrenada un año después y protagonizada por el bueno de Errol Flynn, quien no es un extraño en este blog (lo hemos visto en "Virginia City" y "Dodge City", ambas del gran Michael Curtiz, director con el que, al igual que Walsh, colaboró en gran cantidad de películas). A propósito del paréntesis, Flynn y Walsh ya habían trabajado juntos en "Gentleman Jim", "They died with their boots on", "Uncertain Glory", entre otras más que no recuerdo (y que no he visto, je, je), por lo demás, luego de ésta también coincidieron en otras tantas. ¿Recuerdan que en su momento comenté un documental llamado "The men who made the movies: Raoul Walsh"? Pues bien, ahí el director hablaba lo suyo sobre su relación con Flynn, y bueno, son cosas que a uno le interesan saber, ¿no?



"Silver River" es un western sobre la fundación, o, mejor dicho, sobre la construcción de esa gran nación llamada Estados Unidos; al menos de sus valores, principios y cuñas más reconocibles, nacidas a lo largo y ancho de la conquista del Oeste, a través de la colonización de esa tierra sin ley convertida en una orgullosa y sólida civilización de férrea moral y aún más firmes cimientos institucionales... y, por qué no, mitológicos: la tierra de las oportunidades en donde cualquiera que se lo proponga puede triunfar y alcanzar la cima, la cúspide de lo conocido por el hombre, sabiendo que será protegido por la Justicia y la Ley mientras sea digno de 'América'. En efecto, "Silver River" trata lo expuesto, pero no crean que el relato o el tono, la atmósfera del mismo, son complacientes o domesticados, al servicio del discurso oficial; antes al contrario, la historia protagonizada por Errol Flynn destaca por su crítica y ácida visión/tratamiento de la época, señalando que, más que un triunfo de buenas personas que emprendían largas travesías a lejanas y desconocidas tierras para echar raíces y formar una gran y armoniosa comunidad de iguales, Estados Unidos es el fruto de la corrupción y del abuso de unos pocos poderosos en contra de una multitud de desposeídos, es la trampa tendida por estos mismos señores que buscan sumir a sus trabajadores y subalternos en un círculo vicioso, un estilo de vida iluso en donde la gente común y corriente corre por algo que nunca alcanzará, cual zanahoria que cuelga de la caña de pescar del hombre trajeado sentado en su lomo. Ya saben, como dijo Brad Pitt en "Killing Them Softly": "Estados Unidos no es un país, es un negocio". Más que un ideal social, un frío modelo económico: los valores de la nación a merced de las necesidades y caprichos de los peces gordos. Más claro echarle agua, dice Walsh.
El caso es que Errol Flynn interpreta a un soldado dado de baja deshonrosamente que, harto de todo lo que huela a autoridad, decide comenzar a vivir bajo sus propias reglas y preocuparse solamente por él, y con tal fin se transforma en un pillo de tomo y lomo que, detrás de su encantadora personalidad, estafa y engaña, arrebata y se apropia de lo ajeno, poco a poco creándose para sí un tremendo imperio económico, la trampa en la que caen los pobres e incluso los ricos, dos antagonistas que son desigualmente difíciles de enfrentar y que tienen distintos métodos para defenderse, y es que el protagonista no pertenece a ninguna de las dos clases. Sin embargo, pronto se dará cuenta de que un extraño no puede estar en la cima y deberá decidir con quién y por quiénes luchar. En otras palabras, el ejercicio de opulencia y humildad de Flynn se cruza con la sempiterna lucha de clases, y qué puedo decir, "Silver River" es un excelente western tradicional, a la vieja usanza, que destaca tanto por la seguridad y contundencia de su entramado discursivo-histórico como por la certera y sobresaliente puesta en escena de Raoul Walsh, por esa mala leche que, junto a Flynn, le imprime al fotograma, poniendo el dedo en la herida y no dejando títere con cabeza.
Imprescindible, sí señor. Y ojo, que también aparece el siempre bienvenido Thomas Mitchell.

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