domingo, 23 de diciembre de 2018

Possum - 2018


Director: Matthew Holness


No sé exactamente qué le falta a "Possum" para ser una excelente película; o en qué falla precisamente la opera prima de Matthew Holness, rodada en bello y evocador 35mm.
Para empezar, su director demuestra tener verdadera sensibilidad formal y estética; se nota que conoce los elementos y herramientas del lenguaje cinematográfico, que llega al rodaje teniendo una idea clara de lo que quiere filmar, de lo cual es fiel testimonio tanto el montaje como la dirección de fotografía de Kit Fraser, ambos aspectos resueltos y ejecutados, si se quiere, con cierta madurez, con poca tendencia a resbalar hacia el efectismo barato (aunque tiene momentos "esquizoides" que contravienen un poco esta apuesta por la creación de un clima, de un ambiente, de una atmósfera de pesada y pausada extrañeza). Por lo demás, también destaca la dirección de actores, concentrada en sus dos personajes principales, interpretados por Sean Harris y Alun Armstrong, quienes, sobre todo el primero (a pesar de su cara de perpetuo espanto y perplejidad), entregan potentes interpretaciones. En resumidas cuentas, siempre es de agradecer cuando un director conoce las herramientas narrativas del cine y, en base a dicho conocimiento, establece una propuesta fílmica. Sumado a la cinematografía en 35mm, el resultado resulta, cuanto menos, delicioso.
El director, también guionista, sabe lo que quiere contar. "Possum" comienza con el protagonista regresando a su pueblo natal y a la casa de su infancia, cargando un bolso con una misteriosa marioneta cabeza de hombre y cuerpo de araña en su interior, en donde aún reside su padrastro, con quien mantiene una distante y tensa y resentida relación. A su llegada, el protagonista será acechado y atormentado por visiones/alucinaciones, como por ejemplo ser perseguido por la ya no inanimada marioneta. No es difícil notar que, más que terror en un sentido simple, la propuesta de "Possum" apunta más a una pesadilla psicológica de la cual tempranamente desciframos que todo tiene que ver con algún trauma de la infancia o adolescencia, cuyo terrible recuerdo se manifiesta a través de distintas formas para que el protagonista por fin confronte dicho oscuro episodio de su pasado. Así, no es de extrañar que, por más que intente desprenderse de la marioneta (la golpea, la quema, la lanza a un río, etc.), ésta vuelva inexplicablemente a su lado; que, a su vez, él mismo siempre vuelva a un determinado punto del bosque vecino, lugar en donde unas ramas, curiosamente, semejan el cuerpo y las patas de un arácnido, y del cual siempre huye despavorido; que las claves del caso se hallen en los versos del sombrío libro infantil que el protagonista escribió en algún momento de su infancia, forma que los niños tienen para expresar sus padecimientos, el cual lee y relee. Aunque la historia de fondo no sea ni por asomo sorprendente ni impactante en tanto revelación o giro (si bien siempre son tristes esas historias, las infancias arruinadas), hay que admitir el cuidado con que el director "esconde" esos secretos: la intención de invitar al espectador a adentrarse en sus recovecos. En este sentido, "Possum" se aprecia más por el lado, digamos, cotidiano del relato (aunque sea difícil que alguien pueda llevar una cotidianidad tan opresiva y claustrofóbica): en la relación del protagonista con su padrastro, en la forma en que reacciona ante determinados lugares del pueblo, en la manera doliente con que intenta acomodarse a su nueva realidad (a pesar de que ésta siempre le refriegue en el rostro su trauma), aspectos que reflejan mejor la pesadilla psicológica que cualquier aspaviento truculento.
Entonces ¿qué le falta, en qué falla?, o ¿qué le sobra? Ciertamente, su exceso de simbolismos, o en su defecto, la excesiva confianza con que el director descansa en esos simbolismos, como si una gratuita y caprichosa secuencia onírica o surrealista fuera suficiente para capturar al espectador. La constante necesidad de desviarse del tono de trauma cotidiano para tirar por lo efectista, con ruidos, saltos y marionetas movedizas que poco aportan el conjunto más allá de la "justificación" de hacerse llamar un filme de terror (como si el terror consistiese en recurrir a monstruos saltando y gritando). Los trucos del guión para explicarse aunque para ello deba romper la cohesión argumental, por ejemplo con esa subtrama de la investigación policial a raíz de la desaparición de un muchacho de catorce años, cuya resolución está estrechamente ligada al trauma del protagonista. Que la película se tome demasiado en serio a sí misma con sus "terrores", como si el director estuviese convencido de haber inventado la rueda, de dar el golpe a la cátedra (¡el primero en crear pesadillas psicológicas a partir de determinados objetos!), lo cual lo empuja a confiar demasiado en los simbolismos en desmedro del estudio psicológico e interpersonal, esto último el verdadero pilar y sustento de la atmósfera de extrañeza (a fin de cuentas, ¿a quien inquieta una puta marioneta?).
No deja de ser una película sumamente interesante, la cual recomiendo sobre todo para acercarse a un director que, depurando sus fallos e irregularidades, y con un guión más sorprendente y consciente de sus características (o de su entorno), podría despuntar, por qué no. En última instancia, como curiosidad, para los seguidores del terror supone una buena alternativa. Me dan ganas de verla otra vez, eso sí, en mejores condiciones.

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