sábado, 6 de julio de 2019

Les Créatures - 1966


Directora: Agnès Varda


"Les Créatures" parece muchas cosas, muchas películas, aunque finalmente no es ninguna de forma específica, es decir su relato, sus personajes y sus imágenes transitan libremente por este fiero entramado, esta vez con mayor conciencia de su carácter caótico, decididamente caótico, si bien el agujero negro al cual todos los elementos narrativos parecen converger (o del cual todos los elementos narrativos parecen divergir, expelidos en direcciones con frecuencia imprevisibles) es una constante: la violencia subyacente en toda relación interpersonal, la violencia soterrada de los espacios sociales, así crece una red de nudos que son mentiras, golpes, insultos, miradas crueles, secretos y heridas cuyo hedor lo ensucia todo; o bien, la vida es un permanente juego o enfrentamiento de voluntad y poder, incluso en sus manifestaciones más anodinas y cotidianas (no es casual el ajedrez como leitmotif, también en decorados a cuadros), lo que para el caso viene a ser lo mismo.
Tampoco puedo entrar en detalles, pero el protagonista es Michel Piccoli (actor francés nacido el mismo día que yo, pero mucho antes, por supuesto) (por cierto también actúa Catherine Deneuve, en un rol que bien podría considerarse un paréntesis dentro del relato, como esposa muda de Piccoli), un escritor que, luego de tener un accidente automovilístico (su esposa queda muda, él con una cicatriz en la frente), se muda con su mujer a una fortaleza ubicada en una isla con la intención de escribir una novela de ciencia ficción. Pero la paz que busca con este encierro se ve alterada por la desconfianza de los lugareños, que ven en él a un hombre extraño y oscuro, y la inexplicable hostilidad de un par de comerciantes de telas, que inician una pelea con él. La película parece, entonces, una especie de thriller ultraviolento (más hechos violentos e igualmente inexplicables se suceden), con una atmósfera verdaderamente inquietante y un tanto asfixiante, Varda no pretende explicar este clima de desconfianza, simplemente te lanza de lleno a la boca del lobo (o de los leones, parece que el dicho varía según el lugar), a la corrupción y decadencia que escapa por las grietas que el tiempo ha infligido en la aparente normalidad de los personajes. Luego se convierte en un ejercicio de metaficción y de ciencia ficción, un perverso juego de voluntades, sometimientos y sumisiones, una historia desquiciada de giros sorprendentes (aunque la jugada se descubre más o menos pronto, sin embargo el relato no pierde ni frescura ni coherencia ni mucho menos interés o atractivo, simplemente cambia el mecanismo o la operación o la metáfora con que expresa sus inquietudes y planteamientos intelectuales: la ya mencionada constante). Un desatado cóctel de sugestión, espejos y verdades ocultas que amenazan con explotar en cualquier momento, un menú que sólo ofrece bajas pasiones y mezquindades y resentimientos y sangre hirviendo. Sumen a ello un atrevimiento formal (Varda le inyecta a su exquisitez e incluso delicadeza estética una dosis de violencia y ferocidad plásticas nuevas y refrescantes en su obra, sin mencionar el impecable uso del Scope y, ejem, de los colores, acaso homenajeando o citando un poco al Hitchcock de "Marnie") a toda prueba, y obtenemos una película imperdible, genial e imperdible, rotunda y genial, asombrosa y sorprendente.
Disfrútenla, no creo que se encuentren con una película así fácilmente. En serio, quién puede hacer películas como Varda, ¿ah?

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