miércoles, 23 de enero de 2019

12 Angry Men - 1957


Director: Sidney Lumet


Ya que estamos saldando deudas (siempre estaremos saldando deudas cinematográficas) nos fuimos directamente hacia la opera prima del gran y genial Sidney Lumet, "12 Angry Men", sobre doce hombres que conforman un jurado que debe decidir, de forma unánime, si un chico acusado de asesinar a su padre es 'culpable' o 'no culpable'; de llegar a la primera conclusión, el muchacho sería condenado a muerte, a morir en la silla eléctrica, sin opción a clemencia; pero si hay duda razonable, no habría otra opción más que la segunda, 'no culpable'. El caso, no obstante, parece cosa segura: testigos afirman haber oído y visto, con sus propios oídos y ojos, al muchacho matar a su señor padre, y para qué hablar del mismo muchacho, nacido y criado en uno de esos mugrosos barrios en donde en vez de aprender a leer y a escribir, en vez de desarrollar algún talento u oficio productivos, la gente se dedica a robar, asaltar, contrabandear, toda clase de medios deshonestos para esquivar día a día las balas, qué se puede esperar de un muchacho sin madre y también sin padre, que ha pasado por el reformatorio y que en su ficha tiene lindezas como peleas a navajazo limpio o robo de autos, es natural que el próximo peldaño de su carrera sea el asesinato, mejor detenerlo ahora mismo, cuando no es más que un muchacho, y así evitar asesinatos futuros que conducirán a futuros y costosos juicios pagados con el sueldo de los contribuyentes, y a fin de cuentas no hay nada peor que malgastar tiempo y dinero. Sí, no hay segundas lecturas, el chico es culpable, demos vuelta la página. Sin embargo... sin embargo un miembro del jurado, nuestro querido Henry Fonda, como se ha dicho por acá incansablemente uno de los mejores actores de toda la historia del cine, no levanta la mano cuando el presidente del jurado dice "levanten la mano quienes encuentran al acusado 'culpable'". Para él es 'no culpable', para él hay duda razonable. Y no se trata de si el muchacho mató o no mató a su padre, si cometió el crimen que se le imputa; bien podría haberlo hecho, en cuyo caso ciertamente ha de afrontar las consecuencias; tampoco tiene mucho que ver si el muchacho lo ha pasado mal, si ha tenido una vida de mierda, si en vez de oportunidades sólo ha recibido desprecio y violencia; el asunto atañe a si es posible enviar a una persona a la muerte sin tener la certeza, la absoluta certeza en tu consciencia, de si en efecto es el culpable de cuanto se le imputa. Podría ser culpable, pero las pruebas no son suficientes, los testigos son débiles, la evidencia deja que desear, y es tan difícil hablar de ello, ponerse de acuerdo, cuestionar las cosas, pensar y reflexionar lo dado...
En fin, mucho se puede decir de esta obra maestra; de lo que trata, los temas que toca, cómo los toca... La Justicia, la moral, la consciencia, las injusticias del día a día, la apatía, el egoísmo, no lo sé, tanto y tanto más. No hay triunfos ni derrotas en este asunto, nadie se dedica a pontificar tampoco. La sensación no es de victoria, por alguna razón es la desazón la que nubla el ánimo; ¿ganó la Justicia?, me cuesta afirmarlo, ¿se hizo algo bueno en vez de algo malo?, podría decir que sí, pues la idea de pensar seriamente el destino de una persona prevaleció sobre los intereses individuales, aunque haya costado y dolido, pero... ¿pero qué pasa cuando no hay nadie que realmente se atreva a buscar y encontrar la verdad? Es imposible no admirar al personaje de Fonda y la conmoción que genera, pero no dejaba de pensar en lo otro, en eso, lo fácil que es sucumbir al peso de la desidia y la displicencia. ¿No les parece que el final tiene un resabio agridulce? Debe haber alguna razón por la que no todo terminara con abrazos, aplausos y felicitaciones...
Y bueno, la película es una genialidad, una verdadera genialidad, un prodigio de tiempo y espacio, de puesta en escena; el metraje pasa volando, tal es la agilidad de Lumet para situarse y moverse entre los personajes, en una habitación acalorada, agobiante y tensa, que uno casi ni se percata del espacio único, no hay estancamiento, todo fluye, y aprieta, sí, aprieta y por momentos ahoga, a dónde llegará esto, en qué se detienen los argumentos, hacia dónde huyen las miradas, y perfilamos a los miembros del jurado, excelente dirección de actores por lo demás, y en fin, y bueno, qué más decir, qué película, qué maravilla, qué obra maestra esta "12 Angry Men". La opera prima de Sidney Lumet.
Un film imprescindible no sólo por su calidad cinematográfica, sino que, en términos humanísticos, un objeto verdaderamente esencial.

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