sábado, 14 de abril de 2018

120 Battements par minute - 2017


Director: Robin Campillo

Esta película de Robin Campillo (de quien acá ya comentamos "Les revenants", película en la que se basó la seria francesa de dos temporadas, ambas acá comentadas también) se dio en Cannes el año pasado y ganó el Gran Premio del Jurado, y ya después estuvo ganando premios en varios lados más (parece que medio arrasó en los Cesar), y ahora resulta que está en cartelera por acá, y una amiga de la piscina me dijo que fuera a verla y por supuesto que yo fui, el jueves pasado, o sea hace dos días, no mucho. Tenía moderadas expectativas sobre esta película, pero al final me ha gustado bastante.


"BPM" (como se le conoce en inglés), sin ser la octava maravilla, es más que sólo la enésima película que expone la crónica de un grupo de activistas y las dificultades que deben afrontar para poder cumplir sus objetivos. No es una película esquemática y reivindicatoria en el sentido más superficial y soporífero del término, al contrario, se nota que está hecha con intención, que en sus imágenes hay sensaciones y emociones palpitando, incluso furia. No es de extrañar, dado que Robin Campillo, el director, fue activista de ACT UP y varias escenas (como eso de vestir a un novio muerto) están inspiradas en vivencias suyas o que vio en personas cercanas a él. A partir de aquí se puede especular sobre las intenciones del director, sobre el eje del relato o el mensaje global de la película. Resultaría banal intentar reducir a un simple enunciado todo lo que se puede extraer de "BPM", especialmente tomando en cuenta que yo no soy nadie para determinar cotas de veracidad o qué sé yo con respecto a lo que retrata Campillo, pero podemos hablar del tratamiento realista con que se aborda el deterioro en la salud de uno de los personajes (lo psicológico resulta esencial), lo que puede ser considerado una forma de mostrar la verdadera cara de la enfermedad a aquellas personas que no tienen idea al respecto (o que quizás piensen que la cosa es juego de niños), y de hecho todo esto se puede aplicar a las otras partes del relato, por ejemplo al apartado político, con las reuniones y las protestas de la organización, en donde Campillo busca derribar prejuicios y falacias preconcebidas, en tanto se nos muestra que las protestas no son simples impulsos efectuados sin pensar, o que los militantes no son descerebrados que no tienen idea del problema, o que los esfuerzos del grupo abarcan mucho más que sólo la ejecución de protestas, logrando ser una pequeña pero nada desdeñable fuerza política (oigan: tienen reuniones con laboratorios, políticos: no es baladí). También funciona como una forma de analizar lo que se hizo bien y lo que se hizo mal en aquel entonces, una manera de mirar al pasado para reaccionar apropiadamente en el presente (justamente por acá se habla del explosivo aumento de personas contagiadas con sida, mayoritariamente en el segmento de 15-25 años, hablándose de más de 50 mil personas, incluso 100 mil, que están contagiadas y que no lo saben, y de cómo es necesaria la educación sexual en los colegios o de campañas gubernamentales que no sean tan ridículas como las que hemos tenido que ver por la tele). Todo esto, claro, no sería nada sin el componente humano, y lo mejor de la película, por lo menos lo que a mí más me ha gustado, son sus personajes, que aunque se la pasan la mayor parte del tiempo en estos debates o reuniones, resultan no sólo convincentes sino que también de carne y hueso, mucho más que parlantes para palabras de buena crianza, sino que la viva expresión de una amplia gama de sensaciones y emociones y problemas y sufrimientos: ellos le otorgan intensidad a las tramas políticas y al drama de enfermedad. Por lo demás, aunque el director recurre a esta cámara en mano "in situ" (el recurso más utilizado para crear esa ilusión de autenticidad y realismo, lo que a mí no me gusta), su puesta en escena tiene buen gusto y, a ratos, resulta deliciosa: tiene mucho de crudo y de sensorial. Lo importante es que la base de esta película es su perspectiva ubicada desde la intimidad, desde la construcción psicológica de los personajes.
En resumen, "BPM" funciona a nivel de personajes como a nivel de relato y de discurso: es redonda, efectiva y lo suficientemente emocionante. Aunque no sea especialmente memorable, el visionado ciertamente te atrapa, te sacude y no te suelta hasta el final, y vaya que sus más de dos fluidas horas (la mitad de ellas, por lo menos, puro diálogo/debate, que no es menor) se pasan volando. Quizás ahora no suene tan apasionado como a veces tiendo a sonar, pero la película sí me gustó, especialmente por esa energía, difícil de describir (los teóricos del cine, malditas cucarachas, nunca hablan al respecto: no entienden el concepto, porque trasciende la técnica, la ejecución formal), que le imprime un director que crea imágenes desde su interior. Esas cosas se aprecian sin importar qué.
Sí señor, recomendable película.

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