domingo, 1 de julio de 2018

Julio comienza en julio - 1979


Director: Silvio Caiozzi


Hoy ha comenzado el mes de julio y acá en el blog le damos la bienvenida con "Julio comienza en julio", la primera película que Sivlio Caiozzi dirige en solitario y filme que he querido comentar un primero de julio desde el 2016, pero siempre había perdido la oportunidad, básicamente por olvido. Me convencí que la tercera era la vencida, pero es que también me vi ayudado por la biblioteca de mi abuelo, pues en ella encontré la novela escrita por Gustavo Frías (que vino después de la película), la cual, si me permiten la opinión, es uno de los peores libros que he tenido la desdicha de leer. Fatuo, ampuloso, empalagoso y francamente insoportable. Hasta yo escribiría mejor (porque aquel libro no sólo falla al relatar sus acontecimientos o describir el mundo interior del apestoso protagonista, sino que sobre todo en el uso de las palabras, de las imágenes, de las figuras narrativas). Por eso mismo, esta vez sí que no podía olvidar este visionado.
"Julio comienza en julio" podría catalogarse, acomodaticia y fácilmente, como un coming-of-age centrado en Julito, el hijo único de un poderoso terrateniente ganadero, que a partir de la celebración de su cumpleaños número quince descubrirá los misterios del amor (se enamora de una prostituta) y las decepciones de la vida (todas provenientes de una familia hacia la que siente desagrado, por no decir repugnancia). Esta parte de la trama es la menos interesante y quizás por ello la novela es tan pobre, plana, mediocre, al intentar explicar y dotar de profundidad una mirada esencialmente cerrada y convencional de las cosas (pretende mostrar un pueril enamoramiento como una trágica metáfora sobre... ni siquiera queda claro, ¡pero, oh, queridos míos, cuanta doliente y solemne rimbombancia para algo tan banal!), a su vez eclipsando todo un rico mundo exterior que Silvio Caiozzi tiene la virtud de aprovechar y liberar, porque si algo es "Julio comienza en julio", eso sería un cuadro costumbrista en clave comedia negra (incluso satírica) sobre la siempre contradictoria sociedad o identidad chilena, algo que Caiozzi no pretende definir sino que situarlo como punto de referencia para reflexionar sobre nuestras diferencias, nuestras distancias, nuestros defectos, nuestras características, nuestros rasgos. Así, en esta enorme casona y, más aún, en estos enormes y vastos terrenos, erigidos como todo un señor microcosmos chilensis, como una muestra o universo que por aislado de todo se hace más directo y frontal en su retrato, confluyen un variopinto grupo de personajes de distintos estratos sociales, educacionales y hasta políticos, en donde se mezclan el vicio con la fe, la religiosidad con el hedonismo, la humilde ingenuidad campesina con la irónica amistad y condescendencia patronal, la decadencia de esta familia burguesa con el abnegado semblante de sus trabajadores, y un largo etcétera lleno de analfabetos, putas, diputados, empresarios cínicos, profesores idealistas, y otro largo etcétera, haciendo cosas tan disímiles como enfrentarse en un duelo de payas, discutir sobre los avances tecnológicos, negociar con franciscanos necesitados de nuevas iglesias, celebrar el cumpleaños del imberbe e inexpresivo señorito Julio o llorar la muerte de la madre del patriarca como una pérdida propia, entre muchos etcéteras más. Entre medio, claro, el tal Julito enamorado de su prostituta, lo cual acá no queda mal (salvo por la pobre actuación de él), primero porque Caiozzi se evita pomposos aires trágicos, retratando su amor y desamor como un simple juego de niños encaprichados, y más importante, porque no pierde jamás el foco en lo verdaderamente importante, que sería este ácido e intemporal retrato costumbrista, temporalmente situado durante la Primera Guerra Mundial, pero que bien podría hablar de la realidad socio-política de  cualquier época (los ricos preocupados de su patrimonio y desinteresados del resto, los pobres preocupados de servir bien para poder comer). Por lo demás, Caiozzi filma con una deliciosa y estimulante mezcla de desenfado y elegancia formal, narrativa, dramática, como embriagado por la riqueza de sus personajes y escenarios, capturados y expresados con una desfachatez y una festividad que recuerdan a la "Palomita Blanca" de Raúl Ruiz (filme en el que Caiozzi fue director de fotografía), otra historia de amor rodeada de crítica social y retrato de la realidad socio-política. Me encanta cuando los cineastas prestan menos atención a pequeñeces como la continuidad, la verosimilitud, preocupación "productiva", básicamente a cualquier tipo de limitación con tufo a domesticado manual para novatos y debiluchos, y se dejan llevar por la devoradora energía de su propuesta fílmica y cinematográfica. Así es como debe ser, maldita sea.

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