viernes, 20 de julio de 2018

Les deux timides - 1928


Director: René Clair


Última película de esta primera tanda de películas de René Clair. La última muda, además. Ya después vienen las habladas. Basada en una obra de teatro escrita por los mismos autores que escribieron la obra en que se basó la de ayer, "Les deux timides" es una película que es entretenida y efectiva, sí, pero a la que poco más se le puede destacar. O sea, René Clair sigue demostrando ser dueño de una certera visión cinematográfica, de un concepto narrativo-visual propio, de un rico y estimulante despliegue estético y dramático. Su forma de componer la imagen, de posicionar la cámara (ángulos, escala de planos, etc.); de representar el pánico de los personajes, su inestabilidad emocional-psicológica; su dominio del espacio-tiempo (lograr que dos o hasta tres espacios parezcan uno solo es, lisa y llanamente, genial), del ritmo, de la comedia física, de la narración visual, de la creación de personajes y conflictos y unidades dramáticas fluidamente ensambladas entre sí. El problema, con el que podríamos ser indulgentes, es lo anodino, rutinario y previsible de su entramado argumental, del guión, con el que Clair hace lo mejor que puede. La película comienza (magnífico y hasta perturbador arranque, eso no se puede negar) con un juicio en donde un amenazante e intimidante mastodonte es acusado de golpear a su mujer, siendo defendido por un tímido abogado recién titulado que no puede con la presión, que se marea, que se ahoga, al que se le nubla la visión. Tiempo después, las circunstancias de la vida los volverá a juntar, pero esta vez por la mano de una bella joven cuyo padre aceptó la propuesta matrimonial del mastodonte, aunque la muchacha prefiere al sensible abogado. Entre enredos, malentendidos y anunciados enfrentamientos, claro, el abogado tendrá que sacar pecho y hacer lo mismo que hizo George McFly con el mentecato de Biff Tannen. Sumado a lo predecible del argumento (no sólo se adivina cómo terminará la historia, sino qué clase de obstáculos se presentarán), el relato no ayuda mucho al ser un alargado tira y afloja que descansa en gags ni muy graciosos ni muy ingeniosos (aunque tienen su gracia, o mejor dicho, el encanto propio de la época; y, por supuesto, siempre hay notables excepciones), y que por ende, no dotan al conjunto de esa chispa y picardía vistas en "Un chapeau de paille d'Italie". Además, luego de un clímax que, aparte del juicio inicial, es lo mejor de la película (divertida confusión), viene un innecesario y sobrante epílogo que acaso sirva solamente para contrastar al viejo abogado, tímido y pusilánime, con el nuevo, que inflado de amor y seguridad, vocifera y gesticula como todo un macho en el mismo tribunal ante los mismos jueces. En todo caso la escena final-final, una breve comparación entre la vida de los personajes, al menos te deja con un agradable sabor de boca.
Pero, en efecto, "Les deux timides" sería una comedia del montón, apenas correcta y efectiva, de no ser por el genio creativo de René Clair, que a pesar de todo, a pesar de ese argumento tan esquemático y poco generoso a aportaciones de terceros, logra imprimirle, lo justo y suficiente (para que el relato se cuente de la mejor manera posible), su singular y deslumbrante sello e impronta.
Nos vemos bajo los tejados de París...

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