miércoles, 27 de junio de 2018

Asura - 2016


Director: Kim Sung-su


Hay una escena de "Asura" que refleja lo que pudo ser y lo que realmente es. En ella, el protagonista, un detective de policía atrapado en el bolsillo del alcalde corrupto de la ciudad, decide mandarlo todo a la mierda y básicamente arruinar cualquier atisbo de supervivencia (hasta rompe un vaso con los dientes y se pone a masticar el vidrio, loco perro bastardo), pues morir es lo mejor que podría pasarle después de tantas humillaciones y palizas sufridas a lo largo del metraje. La escena está bien, tiene su justa cuota de tensión, y como digo, incluso llega a crear la ilusión de que, por fin, el relato se atreverá a sumirnos en un pozo de desesperanza y, perdonen si repito el término (lo he usado mucho estos días, entre películas que lo hacen bien y que lo hacen mal), fatalidad. Y durante el metraje previo también hay momentos que coquetean con esta idea, como cuando el protagonista se muestra más o menos desesperado, descontrolado por su situación (también lo vemos, rabioso y fuera de sí, perseguir en auto, bajo una intensa lluvia, a un furgón lleno de matones de poca monta), pero no hay que llevarse a engaño: "Asura" es un inverosímil (el guión es francamente descabellado: no halla qué inventar con tal de hacer que los personajes se pongan a pelear) y demasiado exagerado entretenimiento que aprovecha arquetipos y códigos propios del relato criminal superficialmente revestido de cine negro para crear, en su lugar, otro de esos desaforados y sangrientos thrillers ultraviolentos en donde los personajes se golpean hasta la muerte por cuestiones de orgullo y otras cosas no del todo claras. La excusa es la enésima guerra entre el alcalde corrupto que aprovecha su cargo para quedarse con millones y millones de, uh..., moneda coreana, mientras se protege sobornando gente de pocos escrúpulos y silenciando a aquellos pobres valientes que creen en el sistema y en la justicia, y el fiscal de moral intachable que, de modos también violentos y casi mafiosos (brutales interrogatorios, por ejemplo), removerá cielo y tierra para encontrar algo con que enterrar a tan despreciable alcalde. Entre medio, el protagonista, el desgarbado detective de policía que le hace el trabajo sucio al alcalde y que es atrapado por las garras del fiscal, que le exige encontrar evidencias.
Si el veterano Kim Sung-su fuera el joven Na Hong-ji le habría salido una película memorable y magnífica, un perfecto cruce entre los códigos del thriller relativamente comercial (subvertidos por su propia y contundente plasticidad formal) y una profunda, personalísima y oscura visión de la humanidad, que además le habría sacado lustre al siempre espinoso tema de la corrupción política y policial (lo cual habría acentuado la perdición a la que estamos sometidos, porque sin autoridades en que confiar, ¿qué nos queda?). Sin crear un denso clima de podredumbre humana, sin generar asfixiantes atmósferas de sordidez y desolación, la película queda, tal como lo vemos reflejado durante el largo tramo final (que, en esencia, es la masacre y matanza de todos los personajes que osaron aparecer en pantalla) que sucede a la escena que pudo haber sido un punto de inflexión, como un conjunto de tiroteos y palizas hilvanados sin orden ni concierto, dando como resultado un despropósito sin pies ni cabeza en donde lo peor que le pasa al protagonista es que su mejor amigo se vuelva tan arrogante y sanguinario como el alcalde (también tiene una esposa afectada por una enfermedad terminal, así como para que nos quede claro que la corrupción del policía no es amoralidad pura sino que es una obligación que debe soportar para poder pagarle las facturas de la clínica). Un thriller criminal como cualquier otro, con poco convincentes peleas grupales, rimbombantes coreografías, escenas de acción muy bien rodadas eso sí y unos personajes sobreactuados hasta el hartazgo, que acaso se diferencie del resto por sus ingentes litros de sangre y por el adorable intento de parecer una película soez, grosera y transgresora. Y bueno, la dirección de fotografía (estoy prácticamente seguro que rodada en 35 mm) es casi lo único bueno que podríamos destacar de esta nadería. Blanda no es, pero no es el mazazo neo-noir al que claramente aspiraba. Todo sale mal, sí, y nada podía evita la carnicería final, pero ¿por qué ello se siente tan forzoso, artificial y plano? ¿Por qué en ello no se percibe el pesimismo aplastante de un Na Hong-jin y sí un desconcertante aire de parodia que se toma demasiado en serio a sí misma?
Un nice try, como diría Tarantino. Igual se pueden echar unas risas y tiene no pocas interesantes escenas. A lo mejor ustedes la disfrutan más que yo. Les aviso que dura más de dos horas, por si se animan...

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