martes, 19 de junio de 2018

The Merciless - 2017


Director: Byun Sung-hyun


Al demonio, ya no voy a hacer ninguna maldita predicción más sobre este Mundial tan condenadamente raro. Sólo resta disfrutarlo, seguirlo y dejarse llevar por las sorpresas y las no-sorpresas. Sin que sean predicciones propiamente tales, me voy a callar mis secretos deseos y sólo celebraré cuando los resultados afines se hayan consumado. Si es que todo sale como corresponde, ya habrá tiempo suficiente para las burlas: el que ríe último, que quede claro, ríe mejor. Y con más malicia.
"The Merciless" es el título en inglés (y muchísimo más cómodo que el original: "Bulhandang: Nabbeun Nomdeului Sesang") de la película coreana que el año pasado se proyectó en Cannes, en la Selección Oficial pero fuera de competición, en esas proyecciones de medianoche en donde se pueden ver las propuestas más alocadas y delirantes del festival francés, del cual últimamente se ha hecho moda denostarlo y minimizarlo (y todo porque a los grandes medios y a los acomodaticios críticos a los que no les interesa ver otra cosa que no sean estrenos les duele el veto a Netflix, secuestrador de películas con el modelo más anticinematográfico de la actualidad). En dichas proyecciones también se pudo ver la vacía y exagerada "The Villainess". "The Merciless" es más pasable y supongo que, en términos técnicos y de producción, viene a confirmar cuán adelante están los coreanos por sobre los gringos (aunque la convicción con que digo esto es directamente proporcional al entusiasmo que me generan los estrafalarios thrillers de acción por las puras). La película nos cuenta la enésima y trillada historia de lealtades y traiciones dentro de un contexto de criminales y policías que, con tal de sobreponerse mutuamente, recurren a toda una red de mentiras y agentes encubiertos y comedias sentimentales y demás escaramuzas. En un arremolinado flujo de giros argumentales y morales, el núcleo narrativo es la improbable relación de amistad que surge entre un criminal cuyo jefe quiere eliminarlo y el policía que se hace pasar por joven matón con ganas de unirse a la organización en la que el otro ocupa un cargo importante. Demás está decir que esta amistad surge en el único lugar en donde a los criminales se les enternecen sus cicatrizados y costrosos corazoncitos: en la prisión, en el frío de las celdas, clima y escenario perfecto para que ataquen las nostalgias y melancolías. Y el policía encuentra en el ladrón una amistad auténtica mientras sus jefes, fríos e inexpresivos, le comandan órdenes en vez de preguntarle cómo se siente. Y el resto de la película consiste en coreografías perfectamente calculadas y llenas de patadas, puñetazos y certeros disparos a las sienes (cuando los personajes se dignan a usar armas de fuego, claro), y por supuesto, las revelaciones y traiciones que son aún más olímpicamente calculadas y desaforadas que las secuencias de acción. Podríamos hablar del toque humanista del relato, de la supuesta y trágica fatalidad de estos personajes, sobre todo el policía, que de tan atrapados en un puzzle de máscaras y falsas biografías, pierden toda noción de identidad y humanidad propias, como si dejaran de ser hombres y pasaran a ser bestias. Y así suena bonito y, más importante, convincente, no me digan que no, pero también siento que les estoy embolinando la perdiz; aunque a lo mejor, a diferencia de mí, la película sí puede convencerlos a ustedes.
Lo mejor de esta película técnicamente impecable y atractiva (la sombra de Scorsese es innegable), ejecutada con la precisión de un sicario que no se deja engatusar por algo tan dañino para el oficio como los sentimientos (aunque no vamos a mentir: la película se pone sentimental varias veces cuando apela directamente, en tanto efecto, al sufrimiento del protagonista), es la interpretación de Sol Kyung-gu, que da vida al criminal rodeado de traiciones. El tipo lo pasa de maravillas mientras ofrece una actuación potente y llena de matices.
Yo quiero saber cuántos impecables thrillers coreanos puedo aguantar de un tirón y no morir en el intento (no sea que una bala me alcance en el alboroto, o peor, uno de esos palos que los coreanos tanto gustan utilizar en sus masivas peleas cuerpo a cuerpo). Prefiero reservarme las apuestas.

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