En el otro blog escribí un pequeño homenaje a David Lynch y me pareció correcto copiarlo y pegarlo por acá, en Cine en tu cara, mi abandonado blog de cine, a fin de cuentas, de cine hablamos por acá (cuando podemos).
Oh boy, qué día. Llegué a mi casa después de nadar y de lo primero que me entero es de que David Lynch, el único e incomparable, ha fallecido a los 78 años. El año pasado nos enteramos de su enfisema pulmonar y supongo que era cuestión de tiempo, pero su partida sin duda alguna es impactante, devastadora y, sobre todo, irreparable para el mundo del cine y del arte, en tanto Lynch, te gusten sus películas o no (por acá hemos hablado de algunas de sus obras y vaya que oscilamos entre el entusiasmo más emocional y el desconcierto más enrabietado, pero siempre visceral, ja, ja), es la definición misma de artista: una persona con una visión y voz únicas, una manera tan personal de desarrollar su arte que acaba convertido en leyenda: imitado hasta el cansancio, incomprendido y malinterpretado, pero jamás igualado.
El cine de Lynch es cine puro. Son pocos los directores actuales que realmente tengan una comprensión, tan intuitiva a la vez que profunda y complejamente estudiada, del lenguaje cinematográfico, como arte y como lenguaje: Lynch realmente hablaba cine, amén de su dominio de las imágenes, de los sonidos, de las bandas sonoras, de la edición, de sus historias, personajes, tramas, creando experiencias inigualables e inolvidables. Y mágicas, que es lo más grande que se puede decir del cine: que es mágico, que te captura, que te sumerge en un trance que puede ser sueño, que puede ser realidad, que puede ser alucinación, que puede ser doloroso, perturbador, hermoso, relajante, feliz, que puede ser algo extremadamente personal durante dos horas más menos, e incluso más, porque sin duda sus mejores películas te persiguen, te acompañan, caminan contigo mucho después del visionado, lo cual es otro de los grandes legados de Lynch: la valiente y arriesgada intención, decisión, de maravillar, elevar, eternizar, inmortalizar y sublimar lo inexplicable: la vida interior de una idea/historia/película extendida hacia el infinito de tu memoria y del tiempo que tienes por delante.
Una historia perfectamente clara y contenida y delimitada, en manos de Lynch, se convierte en una historia vasta, inmensa, una existencia propia e independiente, cine con mayúsculas, pues hace que cada herramienta y elemento cinematográfico se convierta en esa historia; piénsenlo bien, en las películas de Lynch, la luz es personaje y habla, el sonido es personaje y habla, los colores son personajes y hablan. Su manera de transformar ideas y sentimientos en CINE son lecciones que atesoraré toda la vida.
Si bien es primordial y esencialmente conocido por lo críptico, lo surreal, lo simbólico, lo cual es cierto porque esa es la manera Lynch (en parte), recordaré a Lynch y su cine principalmente, y he acá lo que lo hace 100% Lynch, porque sus películas son profunda y oscura y desgarradora y brutal y tiernamente humanas, historias tan personales y espirituales pero a la vez complejas visiones sobre el mundo y la sociedad y el resto de humanos, del tiempo y la Historia, el zeitgeist cultural y político que nos envuelve: Lynch escribe desde las tripas, se abre en canal y usa su sangre como tinta, sus intestinos como anillado de sus guiones, que en sí mismo es un grotesco órgano formado por cerebro y corazón. Como herramientas cinematográficas, claro.
Por cierto, una pequeña anécdota. Trabajando de bartender estuvo con nosotros un par de meses, en modo ayudante de barra, una amiga que estudiaba arte y que, entre otras cosas, le gusta el cine, aunque lo suyo iba más por las artes plásticas y la pintura. Una defensora de la Técnica, visión que argumentaba con el personaje de Benicio del Toro en "The French Dispatch", de Wes Anderson. En la película, del Toro interpreta a un artista abstracto desconocido cuya obra podría llegar a ser conocida de la mano de un par de curadores de arte (entre ellos Adrien Brody), los cuales, sin embargo, primero quieren "probar" su talento, por lo que le piden que dibuje o pinte, ya no recuerdo, un pajarito de manera realista, petición que cumple maravillosamente bien. La lección del curador de arte, y también la de mi amiga la artista, es que el personaje de del Toro conoce su oficio, su arte, su técnica, con sus retos y dificultades, pero elige por vocación artística crear obras más caóticas, abstractas, "inexplicables", aunque para un ojo poco entrenado aparentemente la técnica sea "menos compleja", y qué importa de todas formas, ¿no?, un artista hace lo que le da la puta gana cuando se trata de expresar lo que tiene dentro. David Lynch es esa clase de artista, siempre lo ha sido y siempre ha defendido esa posición: al todo o nada, tal es el respeto, el amor y la adoración que Lynch, como todo artista que los tenga bien puestos, le demuestra a su obra. Una obra tiene que crearse y ser 100% fiel y verdadera a la visión de su creador, y si no están los medios, mejor no hacer nada a hacer algo mediocre que quede a mitad de camino. Lynch siempre fue un luchador, desde sus mismos inicios, posición que se consolidó y fortaleció luego de su desalentadora experiencia con "Dune" o los amargos tira y afloja con los de la cadena de televisión que producía "Twin Peaks", así que, de nuevo, Lynch sabe de lo que habla cuando le dice a los soñadores que defiendan su visión con uñas y dientes, que nunca acepten sucedáneos. Es decir, más razones para admirar a Lynch como artista, como cineasta: la integridad como estandarte.
Y saqué a colación la anécdota anterior porque, miren ustedes, Lynch tiene por ahí una película llamada "The Straight Story", una maravillosa belleza de película, magistral, que no tiene sus "azarosas y rarunas truculencias baratas y epatantes", pero que sigue siendo una película 100% Lynch, con todas sus claves, intereses y obsesiones. Qué más lynchiano (aunque al propio Lynch le importe un carajo el término y su supuesto, elusivo significado), digo yo, que un personaje decidido (un octogenario que quiere hacer las paces con su hermano y decide ir a verlo conduciendo una podadora a lo largo de varios estados y kilómetros de carretera), contra viento y marea, a cumplir su voluntad aunque todos lo tomen por un loco, por un tonto, por un desequilibrado, por un chiste. En otras palabras, en palabras de Lynch: tener una idea, enamorarte de esa idea y realizarla (qué bella palabra en este contexto: hacer algo real) como solamente tú puedes llevar a cabo dicha idea.
Me ha quedado más extenso de lo que pretendía pero qué le vamos a hacer, me he dejado llevar y así debe ser. Que estas desordenadas palabras y recuerdos e impresiones sirvan de silencioso y humilde homenaje a uno de los grandes artistas cuya obra, amada u odiada, ha dejado huella en la historia del cine. La marca de los grandes.
¡Que en paz descanses, David Lynch!