miércoles, 24 de octubre de 2018

Le dernier milliardaire - 1934


Director: René Clair


Después de terminar de ver "Le dernier milliardaire" uno se pregunta, y con todo derecho, de cuál estuvo fumando René Clair cuando concibió, escribió y dirigió esta película. No diré que es mala, si hasta te saca unas risas, pero el conjunto carece de peso y la supuesta alegoría que podía vislumbrarse al inicio se pierde y desorienta al comenzar este cúmulo de sinsentidos y ocurrencias casi infantiles, hasta es adorable en cierta forma el sentido del humor que despliega Clair, como si fuera un niño quien, en vez de concentrarse en la trama y lo que significa cada elemento, volcara sobre la pantalla toda una ingenua y cándida y desenfrenada y festiva creatividad, creatividad a prueba de verosimilitud, seriedad, concepto de la narración. No estoy enojado ni nada, pienso que Clair no se toma en serio la película y por eso el resultado, aunque fallido, claro tropiezo en su carrera, no me parece realmente insultante... pero sigue siendo un maldito despelote sin ton ni son hecho al tún tún. Imposible enojarse, es como si, no sé, un hijo destrozara tu sala de trofeos pero en vez de poner cara de pena pone cara de inocente risa, como "oh, ¿qué ha pasado acá?". En fin, el asunto va sobre un país ficticio tan pero tan próspero, que envía un embajador a la oficina del protagonista, un millonario llamado (apellidado) Banco, el hombre más rico del planeta, nacido en este ficticio país que le pide 300 millones para hacer de dicho país un aún mejor paraíso (además le ofrece la mano de la nieta de la reina, porque sí, en ese país hay realeza). La realidad es todo lo contrario: el país no tiene dinero, la gente está descontenta y la realeza está a punto de desmoronarse por completo. El tal Banco llega al país, al tanto de la farsa, pero sigue con la farsa, y miren ustedes, de repente recibe un golpe en la cabeza y se transforma en un niño, así que gobierna el lugar como un verdadero dictador, encarcelando a todos quienes le lleven la contraria, quienes osen usar pantalones (de verdad) o no ladren como perros cuando haga acto de presencia, etc., si así como suena hasta parece una inteligente medio acertada de los totalitarismos, los fascismos, toda esa clase de líderes que usan y abusan de la democracia con tal de mantenerse en el poder "por el bien del pueblo" (¿cuántos de esos hay por estos lares?), pero no nos engañemos, esta película no podría decir nada útil ni aunque le removieras todas las uñas de pies y manos, ni aunque le aplicaras corriente eléctrica o qué sé yo, simplemente ofrece balbuceos. Si también se pretendía llevar a cabo una crítica a los valores y costumbres de la burguesía, de la aristocracia y de toda clase de gente que en el fondo no mueve un dedo para ganarse el sustento (aunque sí sepan mover la sin hueso), no lo sé, quizás quede claro, pero el resultado no es ni armonioso ni muy elocuente ni muy inteligente, aunque Clair conserve destellos de habilidad e imaginación visual, y ese sentido del humor tan carente de lógica pero gracioso por alguna razón. Con todo, no señor, "Le dernier milliardaire" no es para nada buena, pero como también tengo mi corazoncito parece que no me da el cuero para despacharme a gusto (no como con "Apostle", película que destrozamos a base de pichulazos).
Véanla bajo su propio riesgo...
Y, en serio, ¿de cuál se estaría fumando el bueno de René Clair?

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