martes, 23 de octubre de 2018

Quatorze Juillet - 1933


Director: René Clair


No es "Quatorze Juillet" la mejor película de René Clair; tiene muchos puntos altos, sin embargo también se puede apreciar una acusada irregularidad, sobre todo a medida que avanza el metraje y la propuesta del director, que comienza con la solidez y agilidad conocidas, se diluye poco a poco.
El asunto comienza en la víspera del día de la fiesta nacional de Francia, aunque este dato poco importa salvo para congregar a un puñado de personajes que tienen toda clase de enredos, líos y malentendidos amorosos, legales y de otras índoles. Como en sus filmes anteriores, René Clair crea maravillosamente un amplio, elástico y activo relato coral, un universo colectivo repleto de pequeñas constelaciones, de estrellas, que brillan con fuerza y luz propia sin por ello desvirtuar el conjunto. En este caso estamos en un barrio de clase media que se prepara para la gran fiesta, ahí está la señora de las flores, la administradora de un edificio, el taxista enamorado de la hija de la señora de las flores, el dueño del bar-café, el hombre burgués que vive junto a su familia entre medio de estas personas simples y semiembrutecidas a su juicio, el par de criminales planeando cosas poco favorecedoras para la comunidad, y así, todos bailando, todos disfrutando, algunos amando. Otra de esas brillantes composiciones de Clair en donde a su visión romántica y cándida de la vida (no obstante los contrapesos de amargura y soledad que el director no elude, no evita, no esconde) se suman el desbordante sentido del humor (Raymond Cordy como taxista, prácticamente el mismo jocoso rol de "Le Million", tiene escenas hilarantes), la crítica social (hay que comparar el fervor de las fiestas de barrio con ese otro fervor de los restaurantes de lujo, vacíos, llenos de bostezos y miradas reprobatorias, la rigidez del protocolo), todo unido por la buena influencia de la música en el discurrir de esas vidas, de esos numerosos personajes llenos de vitalidad, energía, estilo. El problema, que comienza más o menos a la mitad del metraje, surge de la decisión de Clair de enfocarse exclusivamente en el drama del taxista y la chica de las flores, y el problema no es por el drama de los jóvenes enamorados en sí (no del todo, al menos), sino porque deja de lado el carácter colectivo y armónico de su cine, y de repente la película se siente estancada y convencional, en especial cuando la chica de las flores queda a la deriva producto de ciertas tragedias personales y el taxista deviene en matón, y la película adquiere un tono de "drama social" en su sentido menos estimulante e interesante, no en el sentido que Clair desarrollara tan bien en la primera parte o en, por ejemplo, "Bajo los techos de París", entendiéndolo como un conjunto de palpitantes individualidades reunidas por una realidad en común. Entre medio del estancamiento (que, por lo demás, tampoco está mal escrito ni dirigido ni nada por el estilo, es sólo que parece un paso atrás con respecto al Clair más imaginativo y saludablemente desaforado) hay destellos de calidad cuando reaparecen algunos personajes olvidados (con sus respectivas escenas graciosas y divertidas, como la del taxista que olvida al pasajero, y algo descolocantes y hasta surrealistas, como las del burgués borracho y el episodio de la pistola), y ya para el final, en sus últimos diez minutos, podemos decir que la sensación final es positiva porque definitivamente los buenos personajes volvieron junto a este universo colectivo de individualidades, dándole a la película su merecido cierre a lo grande, pero a grandes rasgos volvemos a lo mismo del inicio: "Quatorze Juillet" no es la mejor película de René Clair, no es una película del todo lograda, pero demonios, aún así sigue siendo entretenida y visualmente inspirada, y a pesar del segmento estancado, Clair sigue teniendo una interesante manera de ver y rodar lo criminal, lo"gangsteril": esos matones, esas ropas, esas imágenes, esos claroscuros...
En fin, una película que merece la pena rescatar y apreciar a pesar de todo, porque, con sus rasgos imperfectos, sigue siendo un cine no sólo delicioso, sino que único y rebosante de pasión...

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